Monopolio representativo

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 10/05/14

Nicolás Redondo Terreros
Nicolás Redondo Terreros

· Los sindicatos deben adaptarse a una realidad cambiante y con otras necesidades.

Un año más se ha celebrado el Primero de Mayo en España entre el compromiso de los asistentes, las lamentaciones hipócritas de quienes, frotándose las manos, se lamentan del fracaso convocatorio, la realidad que combaten y los discursos envarados de cartón-piedra que suenan a institucionales cuando las instituciones son las juzgadas.

Nos movemos entre el discurso autista de los sindicatos y una campaña sin tregua, aunque con algunas razones, contra ellos. Sin embargo, ni ellos han analizado las causas del debilitamiento de su prestigio, ni los contrarios han comprendido la importancia de los sindicatos a la hora de reglar u ordenar las protestas airadas de quienes se sienten postergados por el sistema, con más razones si cabe en tiempos de una crisis económica como la que estamos viviendo. Intentaré profundizar, alejado de ambos extremos, en algunos de los motivos que han llevado a los sindicatos a esta situación, que si no es crepuscular, sí es de un debilitamiento grave de sus facultades características.

Pudimos ver este Primero de Mayo que las jornadas de reivindicación sindical más parecidas a las del pasado recordado, se producían desde Turquía hacia Asia. ¿Por qué esa diferencia entre Europa y los países en vías de desarrollo, casi todos sin una libertad confirmada? Tal vez nos expliquemos mejor el contraste si tenemos en cuenta las condiciones en las que nacieron las organizaciones sindicales en el siglo XIX en los países más industrializados de Europa.

Los sindicatos nacen para hacer de la unión una forma más eficaz de defender los derechos (¿intereses?) de los trabajadores, y lo hacen en un periodo de tiempo en el que estas reivindicaciones tienen un claro contenido político y una gran carga ideológica. Nacieron, aún a pesar de las apariencias, en un mundo muy coherente y vertebrado, bien distinto al precedente. En la empresa, dentro de la cual se desarrollaba la vida laboral completa del trabajador -una vida breve por desgracia por las condiciones en las que se desarrollaba-, la unión era fácil, podemos decir que instintiva, condiciones similares en otras hicieron comprensible su expansión. Esas mismas condiciones dibujaban un perfil de «la clase trabajadora» también muy coherente. A esa coherencia ayudaba una lucha política, siempre con el futuro como referencia, profundamente enraizada en los objetivos sociales y con una fuerte carga ideológica. Todo ello les convirtió en fuerzas dinámicas, de progreso, que monopolizaban la representación sentimental, social y política de los trabajadores.

Desde la Ilustración el presente estuvo muy condicionado por un futuro que parecía posible, podemos hablar de este periodo como el de futuros presentes. Desde la II Guerra Mundial, pero más claramente desde la revolución tecnológica, el paradigma ha cambiado y ahora nos movemos en un continuo presente nostálgico, que construye masivamente discursos que nos devuelven al pasado, con la premisa de que la Edad de Oro del ser humano, aunque no debidamente reconocida por los profetas del pasado, ha concluido, y volvemos a una época pretérita sin derechos políticos, derechos sociales, coberturas educativas o sanitarias. Esta insana indignación provoca la petrificación de discursos, ideas y programas: es al fin y al cabo innecesario para estos indignados, en diverso grado, cambiar algo; sus discursos siguen igual porque no reconocen el tiempo de revolución pacífica al que estamos asistiendo.

Pero a pesar de estos profetas del pasado todo ha cambiado radicalmente en los últimos años. La lucha en la fábrica, hablo de los países occidentales, perdió parte de su épica -al desligarse de su contenido político- una vez conseguidas algunas de las reivindicaciones últimas de su discurso. Por otro lado, en la empresa actual, mucho más compleja que en los inicios de la industrialización, la clase trabajadora ha ido perdiendo parte de su sólida coherencia.

A esto hay que sumar que la sociedad hoy en día es la suma de grupos muy diversos que aportan una miríada amplísima de problemas y reivindicaciones; no es la multitud anónima pero unida en su anonimato del pasado, sino una multitud, en cierta medida, individualizada y aislada con múltiples y contradictorias formas de reaccionar. Y justamente esa pluralidad en la empresa y en la sociedad, esa pérdida de épica, es la que ha quebrado, sin vuelta atrás, el monopolio de la representación, como mucho antes se hicieron añicos otros monopolios institucionales. Hoy el incremento del trabajo temporal, el aumento dramático de los parados, etc… ayuda a que el mundo captado por los sindicatos sea menor, más parcial…; desde luego no omnipresente.

Por cierto que esa crisis también afecta a los cauces de participación política, de derechas y de izquierdas, aunque probablemente más a estos últimos. Con la búsqueda de las causas del debilitamiento de las organizaciones sindicales en la época actual, no busco ni encuentro una impugnación general a los sindicatos, más bien se presenta ante mí una reflexión: la necesidad de cambios en el seno de los sindicatos que permitan su adaptación a una realidad que está cambiando a ritmo de revolución sin que nos demos cuenta.

Los sindicatos del futuro estarán caracterizados por los servicios que presten, por la responsabilidad razonable que ejerzan en la dirección de las empresas y por la ocupación del espacio público cercano a los marginados, que hoy son legión, a los emigrantes y a los parados. Para ello su esfuerzo es una condición necesaria, pero también lo es el reconocimiento por parte de los empresarios y de la sociedad de su utilidad, sea el que fuera el modelo sindical adoptado. Mientras tanto no estaría de más reconocer que su capacidad, actualmente disminuida, para ordenar las protestas es imprescindible en estos momentos.

Nicolás Redondo, presidente de la Fundación para la Libertad.

NICOLÁS REDONDO TERREROS, EL ECONOMISTA 10/05/14