Moral privada

ABC 26/12/14
LUIS VENTOSO

· Muchas de las mejoras que acertadamente reclamó el Rey dependen de la conducta individual

FELIPE VI, que el 30 de enero cumplirá 47 años, afrontaba un envite revirado en su primera alocución navideña. En primer lugar se medía con el enorme aplomo institucional de su padre, que nunca fue un buen orador, pero poseía un patrimonio de respeto personal muy especial. El nuevo Monarca ha trabajado la oratoria más formalmente que su predecesor y se percibe en su expresividad, su movimiento de manos, el modo en que sabe colocar una sonrisa. En cuanto al carisma, no existe estadista que tras años de poder no acabe sobrado de él. Felipe VI dejó claro lo que ya se sabía: posee el empaque que demanda su magistratura.

El segundo reto era más difícil: ¿cómo sonar a nuevo cuando se encarna a una institución que se legitima en la historia y cuando el Jefe del Estado es ante todo un salvaguarda imparcial de la estabilidad? Su solución fue optar por un mayor énfasis, con un lenguaje cepillado de circunloquios, para intentar expresar lo que a su juicio es el sentir de la calle. Por lo escuchado, el Rey percibe a la ciudadanía harta de latrocinios y deseosa de que las luces macroeconómicas se concreten en garbanzos. Seguramente ha leído bien el ánimo de su pueblo. Aunque muchos creemos que nos estamos regodeando en el derrotismo, inoculado por tres televisiones, porque ni el país está tan tocado económicamente ni el establishment es tan golfo (en la admirada Alemania merkeliana la corrupción se ha llevado por delante a dos presidentes de la República y seis ministros y no se ve a los teutones echándose ceniza por la cabeza, y lo mismo reza con Francia; en cuanto a la economía, ¿qué país le ha dado la vuelta en solo tres años al coma de ver quebrado su sector inmobiliario y financiero?).

El tercer asunto era el elefante en la habitación: su hermana. Lo resolvió sin citarla, pero con una condena enojada de la corrupción, que dejó todo dicho, y más cuando es sabido que el actual Rey se ha distinguido por alejar a los Urdangarín. Ante el desafío sedicioso de Mas estuvo impecable, es decir, en su único papel posible: la defensa de la unidad de España y su Constitución democrática. Y no sé qué discurso escucharon los palmeros de la gaseosa tercera vía, quienes aseguran que dejó entrever una reforma de la Carta Magna. Felipe VI se mostró rotundo en la observancia de nuestra legalidad. Lástima, de todas formas, que con una España tan grande y valiosa sea menester dedicar tanto espacio a la quimera de unos iluminados que han suplantando el sentir de Cataluña.

El cumplimiento de las justas demandas de Felipe VI no se alcanzará con un poco de chapa y pintura institucional, pues los rectos principios que encarna la Constitución ya están ahí, al igual que las garantías del Derecho (otra cosa es que se burlen). La regeneración habrá de venir de un mejor desempeño privado de los españoles, de sus principios morales y su ética laboral. Por eso resultó sugerente ver un belén en la sala. De la dignidad que emana de aquel episodio, simiente de nuestros valores, podría venir ese baño de dignidad que reclama con energía el nuevo Rey.