Ignacio Marco-Gardoqui-El Correo

Para los que nos movemos en ondas lejanas al epicentro de este tipo de decisiones, no resulta nada sencillo averiguar las verdaderas motivaciones y los intereses profundos de sus actores principales. No hay que preocuparse, ni sentirse mal por ello. Tampoco lo es para quienes están cerca. Y si no, que se lo pregunten al presidente de Telefónica, a quien la decisión de STC, otro monstruo de las profundidades, le encontró lejos de su despacho, preparando la presentación pública de los planes inmediatos de la compañía y ha tenido que desplazarse de urgencia a Arabia Saudí para entrevistarse con los nuevos señoritos e, imaginamos conocer sus planes y recibir sus sugerencias, que aún no serán órdenes. Tampoco le gustó el movimiento al Gobierno o, al menos a su vicepresidenta segunda, la incansable señora Díaz, a quien alguien le debería hacer la caridad de garantizarle un puesto en el nuevo gobierno ‘de las maravillas’ para que pudiera descansar un minuto de tanto viaje, tanta entrevista y tan gran ajetreo. Ella no sabe por qué no le gusta la entrada de los árabes en el campeón español de las telecomunicaciones, pero sí siente la obligación de decir que no le gusta, no vaya a ser que le acusen de complacencia con los grandes poderes financieros. Eso, lo último. Propone cambiar la ley de OPAS. Miedo me da.

Lo que está claro es que Telefónica es una de nuestras empresas estratégicas. Por su tamaño y por la importancia tecnológica del sector en el que opera. También es evidente que el movimiento en su capital es de envergadura. Igual, por su tamaño y por la especial relevancia del dueño de los dineros empleados en la compra. Unos dueños, el operador de telecomunicaciones propiedad del Estado árabe, al que, si multiplica la cotización del barril de crudo en el mercado mundial por el número de barriles que extraen cada día de su riquísimo subsuelo, comprobará los pocos días de trabajo que les cuesta apilar los euros necesarios para comprarse el 9,9% de Telefónica, por mucho coste de explotación que deban soportar. Pocos más que los necesarios para comprar a Neymar, Ronaldo o a Benzema.

También es seguro que son ricos, pero no tontos. Es decir, entrarán en Telefónica pero lo harán con sigilo y apoyarán sus planes. Ellos más que mandar, lo que quieren es ganar dinero, así que el alineamiento con los antiguos accionistas no será tan difícil. Gestionar no es lo suyo, pues no gestionan ni su país, cosa que delegan en una pléyade de jóvenes occidentales muy preparados. ¿Debería preocuparse el Gobierno? Algo sí. Tendrá que medir más sus pasos y hacer menos tonterías. ¿Y usted y yo? Tranquilo, estas cosas suceden a muchos metros por encima de nuestras cabezas y puede tener la seguridad de que quien haya vendido las acciones que han comprado los saudíes no se preocupaba más ni por usted, ni por mí.