KEPA AULESTIA-El Correo

  • Solo el recuerdo insistente de que el 12 de julio la mitad de los vascos optó por abstenerse podría avivar una dinámica socialmente provechosa entre consenso y confrontación
La mayoría absoluta con la que hoy Iñigo Urkullu tomará posesión del cargo de lehendakari en Gernika permitirá al gobierno PNV-PSE operar con una soltura política desconocida en Euskadi desde hace dos décadas. El programa suscrito entre ambas formaciones concede al nuevo Ejecutivo vasco la cohesión suficiente como para transitar por la legislatura sin especiales tensiones internas. Las tareas para desvarar el país, empantanado por el coronavirus, requerirán tantas energías políticas a falta de recursos financieros, que es poco probable que en los próximos años se reabra el debate sobre el futuro del autogobierno. Tampoco las previsibles mociones parlamentarias que presente EH Bildu para poner en entredicho el soberanismo jeltzale contarán con la fuerza de convicción y el eco precisos más que para obtener algún titular, visto el desfonde del independentismo catalán.

Los 41 parlamentarios sobre 75 con que cuenta el Gobierno Urkullu-Mendia le permitirá recuperar el tiempo perdido en materia legislativa. Hasta el punto de que el nuevo Ejecutivo podría ensimismarse de puertas adentro de la Cámara vasca, encastillarse entre Ajuria Enea y Lakua, soslayando la participación de los grupos de la oposición en la legislatura. Al tiempo que estos últimos corren el riesgo de empeñarse en esquivar todo acuerdo con la coalición PNV-PSE a la búsqueda de su propia identidad. Solo el recuerdo insistente de que en las elecciones del 12 de julio la mitad de los vascos optó por abstenerse podría avivar una dinámica socialmente provechosa entre consenso y confrontación.

Jeltzales y socialistas -entrenados en el pragmatismo de gobierno- observan con desdén las propuestas de la oposición por falta de realismo, y miran con reserva el cariz principista de muchas de sus posturas. Así lo reflejó el debate de investidura. Pero Urkullu y Mendia harían mal en despreciar la descripción que Nerea Kortajarena de EH Bildu, Miren Gorrotxategi de Elkarrekin Podemos o Carlos Iturgaiz de la coalición PP-Ciudadanos hicieron de la situación que atraviesa la sociedad vasca. Harían bien en leer el diario de sesiones para advertir que lo que dice la oposición, cada cual desde su prisma, revela cómo ven lo que les pasa miles y miles de ciudadanos vascos. La rúbrica de un programa de gobierno de casi cien páginas da por supuesto que sus firmantes parten de un diagnóstico certero de los problemas del país. Pero lo que pierde al poder político es el sesgo autocomplaciente con que retrata el momento. Lo que pierde a Urkullu y puede perder a Mendia es la cita selectiva de las medias estadísticas.