Cuando se habla del régimen nazi no se puede dejar de considerar a los millones de alemanes que salieron en masa a las calles para jalearlo. Ni, por supuesto, a los millones de personas que los nazis asesinaron de forma programada y sin remordimiento. Son hechos innegables, no admiten discusión. ¿Cómo se propagó entre esos millones de alemanes tanto entusiasmo por unos dirigentes políticos como aquellos? ¿Cómo se rindieron fanatizados ante una gente sin escrúpulos, insultante, violenta y cínica que siempre despreció la vida humana?
En 1950, el psicólogo Leonard Doob, catedrático de Yale, analizó en un libro la estrategia de Goebbels, quien fue ministro de Propaganda de Hitler. A partir de él se pasó a hablar de la lista de los 11 principios de Goebbels, si bien Doob anotó otros más. Incluía la conocida sentencia de que si una mentira se repite lo suficiente, acaba por convertirse en verdad. El interés de que la mentira incluya algo de verdad, que la haga verosímil; y de hacer creer a mucha gente que piensa ‘como todo el mundo’. O «difundir argumentos que puedan arraigar en actitudes primitivas». El propósito de manipulación social a gran escala no es exclusivo de los nazis.
Quim Torra no se harta de repetir que España roba cada año a Cataluña 16.000 millones de euros; así, 42 veces en un libro de 240 páginas. Y homenajea a un fundador de Estat Català para quien «un cráneo de Ávila no será nunca como uno de la Plana de Vic. La antropología habla más elocuentemente que un cañón del 42».
El inolvidable humorista Jaume Perich daba en el blanco al afirmar que «el nacionalismo es creer que el hombre desciende de distintos monos».