ABC-JON JUARISTI

El doctor Negrín presidió el primer gobierno de coalición del PSOE con comunistas y nacionalistas vascos y catalanes

YA desde su mismo título (Mientras dure la guerra), la reciente película de Alejandro Amenábar alude a una leyenda antifranquista según la cual Franco se habría esforzado en prolongar la contienda civil para convertir la jefatura del Estado que sus conmilitones le habrían otorgado en Burgos, pero sólo de forma provisional, en una dictadura personal sin fecha de caducidad. En otras palabras, como el título que asumió el 1 de octubre de 1936 debería serle retirado tras el fin de las hostilidades, Franco se las habría ingeniado para hacer durar estas, a fin de eliminar posibles competidores dentro de su bando y perpetuarse en el poder.

Si esto hubiera sido así (es decir, si Franco hubiera alargado innecesariamente la guerra), habría coincidido en ello con el presidente del gobierno republicano, Juan Negrín, que preconizó la resistencia a ultranza frente a los sublevados hasta que estallase una nueva conflagración europea en la que España pudiera integrarse como un escenario más del enfrentamiento armado entre el fascismo y las democracias. Negrín omitía aludir al papel que podría jugar en ese inminente conflicto la URSS, porque el pacto entre Hitler y Stalin había dejado fuera del tablero a los soviéticos. Según él, la futura guerra se libraría exclusivamente entre fascistas y demócratas. Y eso era precisamente lo que Stalin quería que todos creyeran mientras preparaba al Ejército Rojo para un choque con la Alemania nazi que sabía inevitable (aunque conveniente para sus propios designios).

La política de negarse a capitular ante el avance no tan lento de las tropas franquistas fue sin duda la de Negrín, pero, sobre todo, la de los soviéticos, los principales interesados en un final numantino de la II República. Y la correa de transmisión de la política estalinista dentro del gobierno republicano no estuvo sólo a cargo de ministros comunistas (Hernández, Uribe y Moix), sino también de ministros socialistas bolchevizados como Álvarez del Vayo y González Peña. Dispuesto como estaba a resistir a los franquistas, Negrín no puso inconveniente en transformar su gabinete en un gobierno títere de la Unión Soviética, con las consecuencias que no se hicieron esperar y que nadie ignora: primera, la deserción y huida a Francia del propio presidente de la República dejando sobre el terreno una sola Jefatura del Estado (la del enemigo); segunda, la división y ruptura del PSOE entre partidarios de Indalecio Prieto y de Negrín, y, tercera, el golpe de Estado del Consejo Nacional de Defensa, que llenó las cárceles de la capital con leales al gobierno de coalición negrinista (comunistas en su totalidad), antes de entregar Madrid a Franco con aquellos dentro.

En su empeño por mantenerse en la Presidencia del Gobierno, Negrín siguió servilmente las indicaciones de los diplomáticos y asesores soviéticos, que organizaron junto con el PCE y el PSUC la movilización del Ejército Popular y las fuerzas de orden público del gobierno y de la Generalitat contra la CNT y el POUM. O sea, los llamados «sucesos de mayo» de 1937, una auténtica guerra civil dentro del bando republicano. Un año más tarde, se desembarazó, también para contentar a los soviéticos, del único catalanista burgués y del único nacionalista vasco de derechas de su gobierno, Ayguadé e Irujo, sustituyéndolos por un comunista del PSUC y un dirigente de Acción Nacionalista Vasca, o sea, del Bildu de esa época. Pero algo positivo cabe decir del catastrófico doctor Negrín: fue un académico de prestigio internacional que no plagió a nadie. En fin, no sé por qué cuento cosas tan conocidas y recordadas por todo el mundo.