Cada día que pasa aumenta el estruendo formado por el elefante gubernamental en la cacharrería de Indra. Ayer dimitió el séptimo consejero independiente, aunque retrasa su salida formal para evitar el bloqueo del consejo. La situación no puede ser más kafkiana y todo sucede ante la incredulidad general, el escándalo del Instituto de Consejeros, la airada respuesta de los administradores independientes concernidos -que amenazan con acudir a los tribunales- y la preocupación de la hasta ahora inmóvil CNMV. ¿De verdad cree el Gobierno que puede actuar así, sin que tan intolerable comportamiento tenga consecuencias negativas para todos? De momento ya las tiene para su maltrecha reputación. Ni es la primera vez ni será la última que los poderes políticos asaltan las empresas mercantiles. Pero aquí se ha perpetrado el estropicio con desparpajo chulesco y falta de habilidad y tacto nunca vistos.
Anteayer también dimitió el presidente del Instituto Nacional de Estadística. Al parecer el Gobierno no está de acuerdo con algunos de los criterios empleados para calcular cosas tan importantes como el comportamiento del PIB y la evolución de los precios. Pero en lugar de revisar con consenso dichos criterios, ha decidido cortar por lo sano y presionar a sus dirigentes, hasta forzar su abandono. Tras fracasar con los céntimos de rebaja de los carburantes, y tras haber hecho el ridículo con el tope del gas, parece que por fin el Ministerio de Economía ha encontrado un método verdaderamente eficaz para luchar contra la inflación. Consiste en cambiar la manera de medirla y, como quien debía hacerlo no estaba de acuerdo, pues se le aparta o, mejor aún, se consigue que se aparte él solito.
El lunes tuvimos otra prueba más del trato -más bien, del maltrato- a la verdad. Sucedió con la ministra de Igualdad en la rueda de prensa posterior al Consejo de Ministros, a quien no se le permitió hablar sobre el drama de Melilla y se le negó cuatro veces la posibilidad de mostrar su opinión. Supongo que para evitar que aflorase ante las cámaras el desacuerdo interno del Gobierno, justo cuando se celebra en España la cumbre de la OTAN y los ojos del mundo entero están enfocados en ella. No hacía falta tanta prevención, pues el desacuerdo es bien conocido, pero resultó cruel ver a la ministra aceptar sumisa y recatada la prohibición de hablar. Una actitud infantil, impropia de su habitual osadía oratoria. Esto no va bien y lo malo es que va ir peor. Ya sabe, todavía no han venido los ‘hombres de negro’. Pero vendrán. Están a la espera de que la OTAN libere los hoteles de Madrid…