IGNACIO CAMACHO-ABC
- Casi medio siglo de lealtad a un proyecto acaba en el desprecio cesáreo de un aventurero que lo ha vaciado por dentro
Tres generaciones de socialismo contemplan a Nicolás Redondo Terreros desde la orilla izquierda de la ría bilbaína. Su abuelo y su padre fueron militantes y dirigentes de carácter firme y convicciones sólidas, capaces de afrontar la cárcel por unas ideas que defendieron con firmeza rocosa. Se pudieron equivocar muchas veces a lo largo de unas trayectorias vitales de luces y sombras, como casi todas, pero no eran de esos tipos que un día sostienen una opinión y al siguiente otra. En Suresnes, Redondo Urbieta pudo ser, iba a ser, estaba llamado a ser el líder del PSOE refundado; sin embargo, su decisión de rehusar el cargo en favor de Felipe González acabaría resultando clave en la historia de España tras la muerte de Franco. Felipe nunca se fió del todo del vasco y ambos acabarían chocando en el ruidoso encontronazo de aquella huelga general de los relojes parados. Pero, como recordó la otra noche en Sevilla, no se le pasó por la cabeza expulsarlo. O si lo pensó se abstuvo de hacerlo, en todo caso.
Redondo Terreros ha tenido poca suerte en el partido al que ha consagrado su vida. Cuando estaba a punto de desalojar del poder al PNV, en un pacto con Mayor Oreja, Arzalluz acudió a González y éste, que no es de los que olvidan, salió en defensa de sus «amigos nacionalistas» durante un mitin en Baracaldo –«Nicolás, no te equivoques»– que convirtió con frialdad en una venganza tardía. Más tarde, ya fuera de toda jerarquía orgánica, colisionó con Zapatero por su negociación con los terroristas, y ahora Sánchez lo ha escogido como cabeza de turco para acallar las críticas contra la más que probable ley de amnistía. En realidad, el presidente sólo se ha adelantado unos días a una renuncia cantada porque ‘Nico’ ya era consciente de que se había agotado su margen de discrepancia y de que de consumarse el acuerdo en ciernes con los golpistas catalanes estaba moralmente obligado a pedir la baja.
Desde fuera del universo partidista es difícil comprender la dimensión traumática de una expulsión o un abandono de la militancia. Para el afectado se trata siempre, empero, de una ruptura emocional, familiar, biográfica, mucho más importante, más grave y más amarga que un simple final de etapa. Significa salir de un pequeño universo compartido a través de experiencias, sentimientos, recuerdos, aspiraciones, afectos. Redondo es un abogado con despacho abierto que no vive de la política ni depende de que un ‘aparatchik’ suba o baje el dedo. Lo que le duele es que casi medio siglo de lealtad a un proyecto acabe en el cesáreo desprecio de un aventurero que se cree su dueño y lo ha transformado en unas siglas vacías por dentro, una estructura de poder huérfana de debate interno, de principios, de ética colectiva y de talento. Hoy, con la herida reciente, quizá le sirva de poco consuelo saber que la razón está de su parte y lo demostrará el tiempo.