ANTONIO R. NARANJO-EL DEBATE
  • ¿No hay entre los 120 diputados que acompañan a Sánchez alguien con la mitad de dignidad que el histórico socialista vasco?
Nicolás Redondo Terreros sería un espléndido presidente del Gobierno, pero ya no cabe ni en el PSOE. Sánchez quiso echarlo hace unos meses, por aparecer en una fotografía con Ayuso, y ahora él ha anunciado su baja de un partido que ya no existe, que está muerto, como resumía con su habitual acierto Ramón Pérez-Maura en uno de sus más celebrados artículos.
El drama de España, y de una de las formaciones cruciales para asentar la democracia y borrar de paso sus vergüenzas previas (incontables y letales en los años 30), se resume en la despedida de un hombre bueno sin cabida en un partido malo, secuestrado por un tipo sin escrúpulos, capaz de firmar un 155 y de anunciar un nuevo delito, el de referéndum ilegal, para impulsar cinco minutos después una amnistía y una consulta, previo envío de una emisaria ridícula a cortejar a un prófugo en el extranjero.
Solo hay algo peor que defender lo incorrecto: suscribir lo útil, sin otra reflexión que el beneficio que reporta. Sánchez es eso: el nihilismo puro, la ausencia absoluta de valores, la hiena o el buitre que se come a un gato atropellado, el tipo que le roba el reloj a un anciano tendido en el suelo, el político capaz de intercambiar la estructura democrática de su propio país por una investidura bochornosa.
Redondo parece escribir una gesta con ese gesto personal, gracias al erial político y ético en que se ha convertido España, pero en realidad solo hace un humilde ejercicio de decencia, esa mercancía esencial del ser humano que vive tiempos de sequía en este cambio climático moral que lo asola todo.
La lección de Redondo es válida, sobre todo, para los 121 diputados del PSOE, que deben hacerse la misma pregunta que su viejo compañero, curtido en mil batallas reales y, por ello, conocedor y defensor de los beneficios del hoy amenazado «Régimen del 78».
¿Hay que guardar lealtad al partido por encima del país? ¿La disciplina incluye avalar la decisión de un líder de intercambiar su Presidencia por la Constitución en un cambalache obsceno con un prófugo?
Redondo no ha tenido dudas porque en realidad no las hay, salvo para ese ejército de súbditos que en realidad no sienten dilema alguno: todo se resume a qué deben hacer para mantenerse en un cargo al que nunca debieron llegar si, en estos tiempos de cólera, renuncian a ejercerlo por miedo a perder el único sustento alimentario a su alcance.
Redondo ha vivido para la política, que no es lo mismo que vivir de la política. Y Sánchez es un crisol de defectos groseros, de escrúpulos mínimos y de valores negociables, pero tiene una virtud innegable a efectos de salirse con la suya: como todo capo mafioso, solo contrata a sicarios obedientes, que no hagan preguntas y ejecuten las órdenes con precisión salvaje, sin dudar y a cambio de un sustento generoso en compensación por los servicios prestados.
El Grupo Parlamentario Socialista es ahora una Familia, dirigida por un Padrino sin corazón cuya única lógica es el negocio: todo aquello que le sirva para ganar es legítimo, y todo aquel que, como Redondo Terreros, se atreve a llevar la contraria, acaba con una cabeza de caballo a los pies de su cama o en el fondo del río con una bolsa de cemento.
Pero quede aquí al menos anotado el apunte: los 120 sicarios de Sánchez son tan responsables como él de la amenaza objetiva que se cierne sobre la España de la Transición y la Constitución, aquella que aprobó una Ley de Amnistía para darle una oportunidad a la democracia y hoy la ultima para destruirla, con la complicidad ovina de todos los triperos que aprietan el botón del voto en el Congreso como si fuera el gatillo de la semiautomática de Al Capone.