Juan Carlos Girauta-ABC

  • Algo en Sánchez sabe, o más bien intuye, que el noble pueblo es menor de edad, y que los niños niños son

Como regla general, lo que diga Sánchez no importa. Si a esto le añadimos la conveniencia de abandonar el periodismo de declaraciones -y no digamos el columnismo de declaraciones- no parece quedar hueco para las últimas tochuras del presidente. Pero es que, encima, el hombre las ha vertido en un acto electoral, maniquí ante maniquíes. Qué soledad tan sola, que diría aquel. No siendo la arenga de campaña el mejor género para un orador fino y cultivado, pues todo lo circundante aplasta su discurso y lo mantiene pegado al suelo, ¿qué no cabrá esperar de quien se mantiene intelectualmente virgen y, según cuentan las malas lenguas, se resiste a abrir su propia tesis?

Pues bien, con todo y con eso alguna enseñanza obtendremos venciendo tan fundados reparos. ¿Y cómo es eso? Por razón de un rasgo extraordinario que adorna al traje vacío de Moncloa; un atributo -si así puede llamársele- escasísimo; una exacerbación del vicio más feo de los niños más incorregibles de los parvularios más salvajes. Hablo de la proyección freudiana en su variante paupérrima. Tan lastimosamente despojada de gracia que la propia invocación del escritor de ficción austríaco puede sentar como una bofetada a sus seguidores.

Pedrito rompe el cristal de la ventana, vierte el contenido de la papelera sobre Isabelita y hace caca, impertérrito, sobre el mural de Santiaguín. Cuando la señorita regresa al infantil pandemonio, Pedrito corre a contarle con la respiración entrecortada, la cara encendida, los brazos agitados, que Isabelita le ha volcado encima la papelera, con la cual ha roto a continuación el cristal de la ventana de un golpetazo, para terminar celebrando un incomprensible espectáculo escatológico junto a Santiaguín.

Algo en Sánchez -un sentido poco estudiado por los especialistas, un reflejo evolutivo raro- sabe, o más bien intuye, que el noble pueblo es menor de edad, y que los niños niños son. Que la clase reaccionará como cabe esperar. Prevé que la mayoría sufrirá una inmediata disonancia cognitiva, pero… Pero lo emocional siempre puede más, y Pedrito está ciertamente indignado. Fíjate, si me siento cargado de razón.

En las almas infantiles que han presenciado los hechos ciertos y la denuncia falsa, los límites se difuminarán pronto y, antes de dos minutos, lo realmente percibido habrá quedado sepultado bajo la convincente rabieta del gamberro y mentiroso patológico. El resto lo harán los gritos con que la señorita -notaria de oídas de la realidad- va a amonestar a Isabelita. Que serán de aúpa, no una regañina cualquiera, no, sino amenazas de expulsión. Porque los hechos son demasiado graves, se dice Pedrito, presa ya de su propia red de mentiras como todo buen farsante. ¡Aquí hay destrozos, aquí hay barbarie! Pedrito se ha subido a un pupitre antes de exclamar lo anterior con los ojos húmedos. ¡Y la clase apesta, caramba! ¡Ayuso no deja de enredar con la vacunación!