MIGUEL ESCUDERO-El Correo
Gilbert de Goldschmidt, importante productor de cine, invitó a Berlanga a participar en una película que se estrenaría en 1962: ‘Las cuatro verdades’. Estaba compuesta por cuatro relatos que actualizaban fábulas de La Fontaine, y fue estrenada en España al año siguiente. Nuestro compatriota dirigió el tercer capítulo: ‘La muerte y el leñador’. Un crítico que presidió el Consejo Superior del Teatro, con la competencia de gran censor, distinguió la contribución española como la peor de todas; por su «ingenio bronco y amargo», «antiguo en su plástica», una «negrura española hosca y desapacible aún dentro de su notable calidad». Lo que sucedía era que retrataba el esperpento que estaba instalado en España.
Como quien no quiere la cosa, en menos de media hora (lo que duraba su filmación) Berlanga dejaba largar frases como estas: «No tenemos quien nos defienda», «aquí no caduca nada» o «estos tíos, en cuanto les ponen el uniforme…». O bien, «como ciudadano parece que está usted en regla», le soltaban al infeliz organillero que debía mostrar sus papeles: el DNI, el certificado de buena conducta del párroco, la revista militar y un aval. No se oye un solo ‘por favor’. Un entorno estúpido, hosco y sin educación donde se sanciona de forma arbitraria y automática: «¿Usted qué pretende, vivir sin leyes, sin ordenanzas, sin tutela? ¡Qué país!». A lo que el avasallado replica con inocencia: «Yo haría lo de siempre, tocar el organillo».
Por ahí asoman, entre otros actores, Lola Gaos, Manuel Aleixandre, José Luis Coll, Agustín González y Maribel Martín (con ocho años). Quince años más tarde, España fue felizmente devuelta a los españoles.