Aparentemente, el PP ha superado una fase de crisis en la que, no obstante, ha perdido algunos valores muy significativos. Sin María San Gil y sin Ortega Lara no será lo mismo. Por mucho que Rajoy haya integrado a todos los populares vascos críticos con San Gil, y que haya incorporado a Mari Mar Blanco, símbolo de las víctimas, algo se le ha quedado en el camino.
URajoy fortalecido cerraba el congreso del Partido Popular diciendo que «no vamos a cambiar de ideas, sí de procedimientos» para poner el broche final a noventa días de tormenta desde que María San Gil decidió denunciar el viraje que el PP empezaba a diseñar sin contar con las ideas de los más críticos del partido. El congreso del PP ha sido de lo más convulso. «El peor Congreso de toda mi vida», para Jaime Mayor. «El Congreso del castigo a María San Gil» para los compromisarios vascos que han sufrido una profunda decepción al ver que las intenciones de Rajoy de integrar a todas las sensibilidades no eran más que frases hechas porque el nuevo presidente del PP ni siquiera tuvo el detalle de citar a la presidenta del PP vasco cuando se refirió a la trayectoria de los populares en Euskadi. Así es la política de los partidos. Todo va bien mientras no se cuestione el poder establecido.
Seguramente al socialista Nicolás Redondo le habrá resultado familiar el proceso que ha tenido que vivir María San Gil desde que se percató del viraje que iba a protagonizar el PP en su política de alianzas. Porque su ponencia ha resultado, tal como estaba previsto, trastocada. Tal como se temía ella desde que su oponente, el canario José Manuel Soria, quiso quitar hierro a las críticas al nacionalismo y su contagio por todos los territorios de esta nación de naciones que ha dado en llamarse España. Sus compañeros, integrados en la nueva dirección del PP porque Rajoy ha estado empeñado en contrarrestar su ausencia con todos los dirigentes populares vascos que han ido adaptándose a los nuevos tiempos, hablan ya del futuro; de otro partido menos crispado, más tolerante con el nacionalismo, más pragmático. Incómodos, incluso, con la reaparición de un Aznar que, a pesar de decir que él ya no está en política, pronuncia un discurso lleno de resentimiento sin percatarse de que el único responsable de que sea Rajoy quien lleve el timón del partido es, exclusivamente, él.
Así lo dicen como si se hubieran liberado de un lastre. Incluso quienes no destacaron en veinte años, solapados bajo la sombra de liderazgos ajenos, ahora enarbolan la bandera del futuro de un partido de centro. Después del congreso en el que Rajoy no ha tenido que enfrentarse a ninguna alternativa, el PP ha superado, aparentemente, una fase de crisis en la que se han quedado algunos valores muy significativos en el camino. Aznar, Mayor y el mismo Vidal Cuadras decían que el PP, sin María San Gil y sin Ortega Lara, no sería lo mismo. Y tienen razón. Por mucho que Rajoy haya integrado a todos los populares vascos, críticos con María San Gil en su ejecutiva y por mucho que haya incorporado a Mari Mar Blanco, como símbolo de las víctimas del terrorismo, algo se le ha quedado en el camino. En su discurso, no ha tenido la generosidad política ni el reconocimiento personal hacia la lider que durante quince años dejó algo más que su piel en Euskadi por defender los valores del PP. Seguramente por su necesidad de seguir adelante. Porque tiene que mirar hacia el futuro, con ese cambio de procedimiento que ha anunciado en el Congreso. Pero qué ingrata llega a ser la política cuando las necesidades electorales exigen cambios de tan difícil explicación.
Después de que María San Gil se haya quedado en los fogones familiares mientras su partido se debate en torno a posibles alianzas con los nacionalistas, Jaime Mayor se pregunta qué sentido tiene su permanencia en el Parlamento europeo. Rajoy le propuso, días antes de la celebración del Congreso del PP, que aceptara ser nominado como candidato a la reelección de las listas europeas, pero el dirigente vasco dio largas a la propuesta alegando que el marco del congreso no era el más indicado para hablar de unas elecciones que todavía se presumen algo lejanas. Tal como se ha desarrollado el congreso del PP, todo parece indicar que Jaime Mayor, por voluntad propia, no repetirá como candidato a las elecciones europeas.
También se han quedado en el camino todos los críticos como Costa, Elorriaga o el mismo Astarloa que, hace tiempo, le comunicó a Rajoy que él colaboraría hasta el Congreso. Y Rajoy se lo tomó tan al pie de la letra que ha dejado al responsable de Justicia en el Congreso de los Diputados a la altura de diputado raso. El resto, forma parte de los gestos. El de Basagoiti, por ejemplo, que rehusó la invitación a una comida entre los dirigentes territoriales y la ejecutiva del PP, en solidaridad con la gran ausente, María San Gil. Mientras, la presidenta del PP vasco se debate en torno a su participación, o no, del próximo congreso del PP en julio. Después de la operación de castigo que ha recibido del nuevo PP en su cónclave, no ve motivos para asistir. Pero su condición de «presidenta saliente» le dice que tendría que dirigirse a sus compromisarios, con la misma dignidad con la que se ha pronunciado Ángel Acebes en Valencia.
Rajoy ha salido fortalecido en el congreso con la inquietud, sin embargo, de un futuro incierto en las próximas citas electorales. La del País Vasco, por ejemplo. Seguramente el cambio del nuevo PP provocará no pocos beneficios políticos en su pulso con el Partido Socialista. Pero la próxima cita electoral en Euskadi, sin duda, le pasará factura.
Tonia Etxarri, EL CORREO, 23/6/2008