Normalidad asimétrica

Ignacio Camacho-ABC

  • Sánchez ha obsequiado a Bildu con un salto de rango jerárquico al enviar a la reunión a su vicepresidente ‘de facto’

Ha dicho Rufián que el Gobierno no debe contar de antemano con el apoyo de Esquerra a los presupuestos, y que tendrá que «sudar el voto» si quiere lograr un acuerdo. Nada raro; el peso cualitativo de las minorías es un fenómeno habitual en los regímenes parlamentarios aunque quienes acaben sudando los pactos sean los ciudadanos, o más exactamente los contribuyentes en su condición de paganos finales de las contrapartidas de gasto. En otoño, cuando toca negociar las cuentas, empieza la berrea parlamentaria al tiempo de la de los ciervos de Sierra Morena; los ritos de apareamiento conllevan bramidos, tanteos y pugnas previas que se resuelven poco antes de votar las enmiendas. En esta legislatura la ceremonia es más compleja porque el Ejecutivo se halla en clara precariedad numérica pero la coalición es más sólida de lo que aparenta: por una parte está cohesionada por el miedo y la hostilidad a la derecha, y por otra los partidos antisistema se olvidan de serlo cuando la ministra de Hacienda abre la cartera.

Mientras eso ocurre, Félix Bolaños ha recibido el encargo de ir ablandando al heterogéneo grupo de aliados. Y ayer se reunió con Bildu en su ronda de contactos, dando así por regularizada la relación bilateral que el año pasado suscitó notable y merecido escándalo. A diferencia de Lastra y Simancas, que en aquella ocasión liminar se dejaron retratar con patente cara de mal trago, el ministro de Presidencia abordó la cita sin rastro de sudor y sin descomponer el gesto ante los albaceas políticos del terrorismo vasco, ya plenamente incorporados por el sanchismo a su «banda» -Rivera dixit- de interlocutores rutinarios. El nuevo acercamiento contiene un notable salto jerárquico; ya no eran dos diputados socialistas los heraldos sino un relevante miembro del Gabinete que además ejerce como vicepresidente ‘de facto’. En el neolenguaje oficialista a esto se le llama «normalizar el diálogo». En castellano vulgar y clásico, blanquear a los tardoetarras dándoles rango de socios potenciales en la dirección del Estado. La normalidad sería bastante asimétrica en todo caso: sólo afecta a un bando.

Lo que ha normalizado Sánchez, a través de una repetición progresiva, es la anomalía en sí misma. El mismo método que viene aplicando a la despenalización de la mentira. La primera vez irrita y llama la atención, la segunda fastidia y a partir de la tercera se convierte en una simple costumbre, una especie de característica. Los tratos con Bildu eran al principio del mandato una infranqueable línea roja… que una vez cruzada se vuelve políticamente inocua. Los que se opongan, incluso en su partido si es que queda allí alguien en contra, son gente odiosa y resentida, enemiga de la concordia. Quizá el tiempo le dé la razón y exista una porción significativa del electorado dispuesta a renunciar a la memoria. De que la haya o no depende su derrota.