Normalización en ejercicio

EL CORREO, 02/05/13
JOSEBA ARREGI

· Los escudos protectores de los mitos que han venido funcionando, todos ellos relacionados con el sentimiento nacionalista, van siendo desmontados poco a poco

Quizá sea una de las creencias más indestructibles del hombre moderno, o incluso del hombre europeo en general: él es el actor de la historia, y la historia, la grande y la pequeña, es el resultado de lo que él ha querido hacer. A pesar de las bellas páginas de León Tosltói en ‘Guerra y paz’ describiendo la inutilidad de esa creencia en el caso de la invasión de Rusia por parte de las tropas napoleónicas y de la convicción de los principales actores de que las cosas sucedían según sus propósitos. Tolstói presenta al emperador Bonaparte, al zar Alejandro, a los generales y comandantes, y al conjunto de los políticos como marionetas de la gran historia que se sirve de ellos para que suceda lo que tiene que suceder.
No hace falta establecer la historia como destino inevitable para considerar que pocas veces el resultado de nuestras acciones se corresponde con nuestras intenciones. El futuro siempre es imprevisto. Ya lo escribió Hannah Arendt en su ‘Crisis de la República’ al afirmar que tanto la mentira como la novedad en la historia tienen la misma raíz, la contingencia, es decir, que lo que sucede no sucede porque deba suceder, ni por ser la historia un destino fatal, ni porque la historia tenga que acontecer obedeciendo las intenciones de los humanos que actúan en ella.

Vienen estas reflexiones al hilo de algo que podemos estar observando en la política vasca. Me lo decía un amigo hace pocos días: lo interesante de la política vasca es observar cómo el día a día va poniendo a cada uno en su sitio, y se refería a los reveses que la política de basuras conocida como el ‘puerta a puerta’ está infligiendo a la izquierda nacionalista vasca reunida en Bildu. Otros se han referido a la experiencia que está teniendo que hacer el PNV, recién vuelto al poder, al comprobar que no por ser el autoproclamado centro de la política vasca, el eje en el que toda la política vasca termina estructurándose, el partido que puede pactar con cualquier partido porque ningún partido se resiste a pactar con la viga fundamental que sostiene a este país, consigue pactar los Presupuestos para el año 2013.

Merece la pena esforzar la memoria para recordar lo que para algunos partidos políticos ha significado el término normalización. Para unos significaba que la sociedad vasca sólo sería normal si se llegaba a reconocer su realidad de nación con derecho a Estado propio. Normal sería la realidad política vasca sólo en el caso de reconocer la realidad política de la nación vasca, sólo en el caso de reconocer que existe una mayoría de vascos que ven al Pueblo Vasco como nación en el mismo sentido de cualquier otro Estado nacional. Normalización suponía, para algunos, reconocer la existencia del conflicto político que enfrenta a Euskal Herria y España, y reconocer que la solución de ese conflicto exigía reconocer el derecho de autodeterminación, y la territorialidad.

Pero la historia concreta, la pequeña, la real, la que acontece en el día a día se empeña en decir otra cosa. Se empeña en definir de forma prosaica la que es normal. Se empeña en recordar a los grandes diseñadores de la historia, a los que piensan en grandes dimensiones, a quienes piensan la historia revestida en grandes palabras y en grandes sentimientos, que lo que importa a los ciudadanos en el día a día es cómo se recogen las basuras, y que en esas cosas sí que su opinión cuenta y debe contar.

Lo que enseña la historia es que más allá de las grandes palabras, todos los partidos democráticos –y por desgracia en nuestro caso sigue siendo necesario añadir ese adjetivo, pues no todos los partidos legales son legítimamente democráticos– son iguales y todos están sometidos a la prueba de que sus ofertas de pacto no sean aceptadas por el resto de partidos democráticos. Ni siquiera teniendo en cuenta la gravedad de la situación, puesto que el propio PNV se comportó en la legislatura anterior como un partido político más, normal en su voluntad de oponerse a un gobierno basado en la legitimidad de la mayoría parlamentaria.

Casi se podría empezar a pensar que la política vasca comienza a normalizarse en verdad gracias a que mitos y auras, dogmas y creencias empiezan a dar paso a una sana laicización. Van desapareciendo los grandes mitos, las legitimaciones especiales, casi religiosas, se van superando cautelas especiales y licencias extraordinarias: todos iguales, todos normales, todos igual de necesarios e igual de legítimos –con la salvedad antes citada–.

Claro que esta normalización que subrayo no tiene nada que ver con la otra, la que, curiosamente, rezumaba excepcionalidad bajo el mismo nombre de normalidad. Quizá se trate simplemente de un efecto colateral del cese de ETA en sus acciones terroristas, por mucho que ellos y sus siempre inevitables acompañantes sigan intentando convencernos de que es necesario proceder a algo excepcional para consolidar ese cese de la violencia terrorista –quizá sigan emperrados en ello porque se han creído sus propias palabras de que ETA ha cesado por voluntad propia, debido a una profunda reflexión, al menos estratégica o táctica cuando en realidad no han tenido más remedio que reconocer la situación a la que se les había conducido–.

La política vasca comienza a normalizarse, la izquierda nacionalista radical se las tiene que ver con referéndums en los que los ciudadanos expresan su opinión en contra de sus políticas medioambientales, el PNV se ve enfrentado a la negativa de todos los demás partidos a apoyar su proyecto de presupuestos. La política vasca comienza a normalizarse porque los escudos protectores de los mitos que han venido funcionando hasta ahora, todos ellos relacionados con el sentimiento nacionalista, van siendo desmontados poco a poco, porque las auras van desapareciendo, los mitos van cayendo, y empezamos a vivir en una normalidad normal.

JOSEBA ARREGI, EL CORREO 02/05/13