Obertura soberanista

ABC 13/09/15
JOSÉ MARÍA CARRASCAL

· «Si no le gustan mis principios, tengo otros». Así funciona el nacionalismo y así pretenden proclamar la independencia

BUENO, ya tienen su Diada 2015. Ya llenaron la Meridiana hasta los topes y cumplido todos los ritos que requiere el nacionalismo, con su colorido, sonido y ampulosidad litúrgica. Ya ha sonado la obertura soberanista, pues no otra cosa fue esa macromanifestación, destinada a elevar el ánimo de los «sólo catalanes», a intimidar a los catalano-españoles y a asombrar al mundo. En eso no se diferenció de los espectáculos multitudinarios que las dictaduras montan como sustituto de la democracia real, la de los votos, a cosechar el día 27.

O no cosechar, ya que la cosa no está tan clara, pues a poco que escarbemos nos encontramos con que en ese gran espectáculo hay más fanfarria que contenido. Por lo pronto, las cifras. Los organizadores dicen que acudieron dos millones de personas. La delegación del Gobierno, medio millón. Y la guardia municipal, 1.400.000. En casos como este, ¿a quién cree usted? Yo, desde luego, a la guardia municipal, que, además, es de Barcelona. Pues bien, de creerla, asistieron 400.000 menos que a la Diada del año pasado. Claro que, como los habían congregado en un espacio infinitamente más pequeño, parecían muchísimos más. Y a eso hay que añadir que estaban allí todos los independentistas, niños incluidos. Mejor dicho, faltaba uno: el gran jefe, que se reservó para las palabras finales, como es de rigor en este tipo de eventos. Talento para el fraude no les falta a los organizadores.

El escenario queda así listo para la doble estafa: habían convertido ilegalmente estas elecciones autonómicas en plebiscitarias, es decir, en un referéndum sobre la secesión, e incluso habían enarbolado el Sí en su candidatura. Pero al darse cuenta de que son minoría han vuelto a convertir las elecciones en autonómicas, y cuentan escaños, con lo que, en el mejor de los casos, obtienen una mínima mayoría. O sea, lo de Groucho Marx: «Si no le gustan mis principios, tengo otros». Así funciona el nacionalismo y así quieren proclamar nada menos que la independencia.

Hay que reconocerles, sin embargo, una cualidad que les da una inmensa ventaja: mientras que ellos saben lo que quieren y están dispuestos a todo para conseguirlo, enfrente tienen un mal avenido conjunto de formaciones enfrentadas no sólo entre sí, sino con diversidad de criterios dentro de ellas. Incluso en las que parecen más compactas, como el PP, saltan a diario disparidades entre sus dirigentes. Aunque nada comparable a las que se dan en el segundo gran partido, que lleva la palabra «español» en sus siglas, el PSOE, que ni siquiera se aclara en el concepto de España, diciendo una cosa en Madrid y otra en Barcelona, aparte de advertir que, con el PP, ni hasta la esquina. ¿Cómo puede convencerse a los catalanes que aún conservan el sentido común de las bondades de un Estado incapaz de decirles lo que ofrece? Claro que la oferta de los que se proclaman suyos tampoco es como para entusiasmar a nadie: salir de España, de Europa, y continuar con el hijo político de Jordi Pujol al frente. En fin, la solución, si existe, el 27 por la noche.