Obsesión y delirio nacionalista

JORDI CANAL – EL MUNDO – 01/10/15

· El soberanismo se aleja de la realidad histórica para explotar el simbolismo de algunas fechas clave en Cataluña.

Todos los nacionalismos hacen un amplio uso de efemérides y conmemoraciones como vía de movilización y como fórmula de cohesión comunitaria. No resulta el nacionalismo catalán, en este sentido, una excepción. El uso y el abuso de aniversarios y fechas simbólicamente poderosas o significadas del calendario patrio que éste lleva a cabo se fundamentan, en buena medida, en una constante apelación a los sentimientos, en la retórica victimista y en la omnipresencia de la historia en todas y cada una de sus formulaciones. Todo ello ha podido observarse de forma nítida en los dos o tres últimos años en las acciones del nacionalismo independentista en Cataluña.

A lo largo de 2014 se conmemoró desde las instituciones catalanas el tricentenario del final de la Guerra de Sucesión y la caída de Barcelona en manos de las tropas de Felipe V el 11 de septiembre de 1714. El relato nacionalista de los hechos poco tiene que ver con la realidad histórica: no fue ni el fin del Estado ni de la nación catalana, que entonces no existía, ni el de un régimen supuestamente democrático y más «civilizado» –como sostiene Pilar Rahola– que el de Castilla/España. Proyectar permanentemente el presente al pasado oscurece o falsifica la historia. El año 1714 constituyó la conclusión de una guerra internacional y dinástica, intra-hispánica y también intra-catalana. No obstante, desde hace más de un siglo, el 11 de septiembre es la Diada de Cataluña y ese día en 2014 se intentaron agilizar los pasos hacia la independencia para así aprovechar el simbolismo del aniversario. Artur Mas y otros dirigentes independentistas repitieron que en 2014 se iba a conseguir en las urnas aquello que en 1714 se perdió por las armas. Desde un punto de vista histórico esta afirmación es un magno despropósito, aunque sirva a los fines victimistas y populistas del nuevo independentismo.

En los últimos días y semanas la magia de las fechas y conmemoraciones ha vuelto con fuerza, con oportunismo y un cierto tinte macabro. Como no podía ser de otra manera, el 11 de septiembre se convirtió en el inicio de una campaña electoral para unas elecciones plebiscitarias que debían ser decisivas y las más importantes de la historia de Cataluña. Dejemos ahora el resultado a un lado, bastante decepcionante para los propósitos nacionalistas. El 9 de noviembre de 2015, un año justo después del amago de referéndum del 9-N –el llamado «proceso participativo»–, se podría producir, asimismo, la investidura del nuevo presidente de la Generalidad.

Y, por si fuera poco, la cita a declarar como imputado por el Tribunal Superior de Justicia de Cataluña de Artur Mas por presunta desobediencia por el 9-N va a coincidir, como ya se nos ha recordado, con el 75 aniversario del fusilamiento de Lluís Companys. Los dirigentes y medios independentistas no han tardado en buscar paralelismos en castigos a Cataluña y en presidentes mártires. Mas se ha declarado «democráticamente rebelde al Estado español» por haber puesto las urnas, confundiendo interesadamente una vez más democracia con votar. El próximo 15 de octubre, ha añadido, primero irá al homenaje al presidente Companys y después a declarar. Aunque ha señalado que no tiene vocación de mártir ni de héroe, ambas cosas van a ser ampliamente explotadas por sus partidarios. Ya el coordinador de CDC, Josep Rull, ha afirmado que la cita es un acto de provocación. Las obsesiones parecen aliarse con el delirio en algunos de los planteamientos del independentismo.

El nacionalismo está en permanente movimiento. Lo necesita para afirmarse y seguir planteando sus desafíos al Estado. Nuevos días señalados van añadiéndose poco a poco al calendario de la patria en construcción. Pienso que cometeríamos un tremendo error, no obstante, si entráramos en este juego y en esta lógica perversos, que solamente pueden beneficiar a corto, medio y largo plazo a los intereses de los nacionalistas separatistas. Aunque la razón y los argumentos dialoguen y discutan mal con las emociones y los sentimientos, no debemos dejar nunca de poner los primeros por delante. Esta es la gran fuerza, hoy como ayer, de aquellos que defienden la libertad, la ley y la democracia.

Jordi Canal eshistoriador y profesor en la EHESS de París. Ha publicado Historia mínima de Cataluña (Madrid, Turner-Colegio de México, 2015).