Editorial, EL CORREO, 12/3/12
El octavo aniversario de los atentados del 11-M se vivió ayer con una mezcla de dolor compartido y de división respecto al origen de la masacre. Resulta descorazonador que ocho años después de que un grupo satélite de Al-Qaida llevara a cabo la mayor matanza terrorista perpetrada en Europa haya quienes insistan en que el caso no está del todo claro. La sentencia de la Audiencia Nacional corroborada por el Tribunal Supremo no parece suficiente para acallar las intencionadas dudas que suscitan los que están obcecados en mantener en suspenso el duelo de las víctimas a cuenta de que persisten las incógnitas sobre la instigación y la materialización de los atentados del 11-M. Por esa misma lógica, cabría extender un gran interrogante respecto a todos y cada uno de los atentados cometidos por el terrorismo de raíz islamista, e incluso respecto a la existencia de dicho terrorismo. Se trata de una manipulación inadmisible de la reducción al absurdo en torno a la naturaleza en parte inaprensible de la galaxia Al-Qaida, que por la misma regla podría favorecer a cualquier otra manifestación de terrorismo.
Editorial, EL CORREO, 12/3/12