Jon Juaristi-ABC

  • Puesto que los españoles no pueden fiarse del Gobierno, es lógico que el Gobierno no se fíe de los españoles, a los que ve como enemigos

Octubre, vete a saber por qué, es un mes propicio a las insurrecciones y golpes de estado. Preferiblemente por parte de la izquierda, aunque cabe recordar que el próximo día 28, San Simón y San Judas, se cumplirán ciento veinte años de la Octubrada, penúltimo levantamiento armado carlista de la historia española. Pero dices «la Octubrada» y nadie sabe a qué te refieres. Piensan en el octubre soviético o, más frecuentemente, en la mezcla de insurrección socialcomunista ubicua y secesionista catalana que alegró la vida de la II República en octubre de 1934 con varios miles de muertos, y cuya memoria democrática festejó la mayoría nacionalista del Parlament y el Govern de la Generalitat en pleno, hace tres años, proclamando la independencia de la Catalunya triomfant.

Octubre es mes de bronca en muchos sitios, pero sobre todo allí, en Cataluña. La Octubrada original, la carlista de 1900, empezó en Badalona, aunque tuvo rebrotes en Valencia y Jaén. La insurrección del 6 de octubre de 1934 en Barcelona fue llevada a cabo conjuntamente por los nacionalistas de Esquerra y por los socialistas, que ya estaban levantándose en armas por todas partes contra el gobierno legal y legítimo de la II República española. Por entonces, socialistas y secesionistas catalanes andaban a partir un piñón. Como ahora. Esta semana han celebrado el octogésimo sexto aniversario de la revolución de octubre de 1934 y el tercero del golpe de octubre de 2017 confinando Madrid dos veces, todo un lujo.

Para que no haya dudas, el primer confinamiento de la semana ha corrido a cargo de un socialista catalán, y el segundo ha sido perpetrado por la conseja de ministras en pleno, donde Salvadorilla es una más. Le ha correspondido, de todos modos, el honor de anunciarlo a la prensa en compañía de Marlasca, tal para cual. Para resarcirse del gatillazo y del rapapolvo del TSJM, Salvadorilla se nos ha puesto en plan Cicerón berreando sobre los límites que tiene su paciencia. Pero una cosa son las catilinarias y otra las catalanarias, vas a comparar.

En fin, como escribió T.S.Eliot, puesto que «en un minuto hay tiempo/ para decisiones y revisiones que un minuto deshará», y que «habrá tiempo aún para mil decisiones/ y tiempo aún para mil indecisiones/ y para mil visiones y revisiones/antes de tomar un carajillo con torrijas», (esto último no lo ponía Eliot en su Canción de amor de J.Alfred Prufrock, pero me ha parecido una versión castizamente madrileña del inglés toast and tea: ya que nos condenan a ser una unidad de destino en lo municipal, hagamos patria desde ya mismo), nada es seguro en la España del presente y menos en su capital del dolor. Y como nadie puede fiarse de lo que vaya a hacer en el minuto siguiente el gobierno sanchista, tampoco el gobierno sanchista puede fiarse de nadie, y menos del pueblo soberano. Por eso confina y, sobre todo, amenaza. Salvadorilla lo hace con su estilo habitualmente compungido, hablando de su paciencia cuando lo que revela es un estreñimiento crónico. Es más artístico el del vicepresidente Iglesias, que se viste como un padrote de Harlem salido de American gangster para lanzar sus avisos a los jueces del Supremo. Incluso lo hacía mejor esa señora de Bilbao, la de Educación, cuando nos advertía con toda ídem de los riesgos que podía correr nuestra salud si nos poníamos a criticar a su jefe. Había pensado cerrar la columna con un grito de motín plebeyo tradicional y patriótico de antes de la revolución liberal, como el de Hidalgo o los del Dos de Mayo. Por ejemplo, «¡Viva el Rey y muera el mal gobierno!». Pero me conformaré con un «¡Viva el pueblo de Madrid/ frente a Sánchez y al Covid!».