JUAN CARLOS GIRAUTA-ABC
- «Ojalá no hiciera falta explicar desde ninguna tribuna periodística o parlamentaria lo que es Sortu, y por tanto Bildu. Que una vergüenza paralizante atacara a cualquiera dispuesto a sugerir siquiera una alianza con ellos»
Ojalá no se hubiera impuesto la lógica amigo-enemigo. Cuánto me complacería regresar a la España del abrazo, verla resucitar bajo el cuadro de Juan Genovés según el espejismo de hace siete años, cuando alcanzar un pacto de legislatura entre Ciudadanos y el PSOE fue tan fácil, cuando Podemos prefirió que gobernara Rajoy, cuando no sabíamos (nadie lo sabía) quién era Sánchez.
Ojalá los jóvenes que desprecian la Constitución porque no la votaron supiesen lo que es una Constitución, estuvieran familiarizados con la historia de la España contemporánea, comprendiesen lo excepcional de este período que agoniza. Por cierto, yo tampoco pude votar la Constitución, me faltaban tres meses para la mayoría de edad, y siempre la he considerado mía, nuestra. Siendo de izquierdas y siendo liberal: mía, nuestra, premisa principal, conditio sine qua non de 45 años de libertad y prosperidad.
Ojalá a los mayores que desprecian la Constitución porque proyectan en la política sus fracasos se les aparecieran sus antepasados políticos. Los que eran antifranquistas cuando Franco, no casi medio siglo después de su muerte, valientes. O los que no fueron antifranquistas ni nada, como la mayoría. Ojalá, en un imposible, tomaran por un momento los muertos la palabra para censurar tanto espíritu destructivo, tanto prestigio de la violencia, tanta incapacidad de contribuir al bien común, ni que sea no jodiendo.
Ojalá no hiciera falta explicar desde ninguna tribuna periodística o parlamentaria lo que es Sortu, y por tanto Bildu. Que una vergüenza paralizante atacara a cualquiera dispuesto a sugerir siquiera una alianza con ellos. Hace tan pocos años, tan pocos, del discurso del entonces portavoz socialista Antonio Hernando recordando cuánto habían sufrido ellos y los populares por culpa del terrorismo… Una emoción genuina, una solemnidad profunda, de duelo, de sentido de la historia, se apoderó de los miembros del que fue mi grupo parlamentario; nosotros no habíamos vivido como políticos los años de plomo. Ojalá los socialistas no hubieran caído en manos del tipo para el que se escondió una urna detrás de una cortina, ni de sus seis partidarios –ni uno más– en un grupo parlamentario que aún podía llamarse socialdemócrata.
Ojalá una izquierda respetable se elevara como interlocutor constitucionalista, de buena fe, y no dijera cosas como las que dice este Gobierno infame: que el PP, con tantas víctimas, no quería el fin de la ETA, y que ahora utiliza el terrorismo con fines electorales. Si hablamos con propiedad, «utilizar el terrorismo» es algo que básicamente ha hecho la ETA, varios separatistas catalanes (a los que no les explotaban las bombas caseras), más unos cuantos sujetos del Ministerio del Interior felipista. Afear al Gobierno Sánchez que haya puesto a Otegi en la sala de mandos del Estado, recordar quién es quién y querer acabar con la presencia de terroristas en las listas electorales no es utilizar el terrorismo: es abominar de él hasta el final. Abominar de él recordando a los asesinados, torturados, secuestrados, extorsionados y amenazados, y a sus familias. Utilizar el terrorismo, en términos más amplios, es aprovecharse objetivamente de la intimidación del entorno abertzale, que perdura. Es hacer como si el País Vasco fuera un espacio democrático y pulcro cuando tienes que seguir escondiendo tu voto, cuando tienes que toparte por la calle, o encontrarte en las listas electorales, no solo al que disparó (cuya promesa de que renunciará a su acta nos tenemos que creer sobre la base de su integridad, por lo visto), sino también al que ayudó delatando movimientos de las víctimas, o sus hábitos, o las matrículas de sus coches. Y con el alias en la papeleta como timbre de orgullo. ¡Cumplieron sus condenas! Vale. Pero no ayudan a esclarecer los centenares de crímenes sin resolver y se vanaglorian de lo que hicieron, rodeados de admiradores, en homenajes públicos.
Ojalá los únicos legisladores socialdemócratas que quedan (los diputados y senadores del PP) no hicieran ver que ignoran la ley. Ojalá en vez de despachar el expediente pidiendo que se pronuncien la Abogacía del Estado (¿es una broma?) y la Fiscalía (¿es un insulto?) leyeran todos los días en sus actos públicos, sin miedo a la demagogia basurienta de la prensa sanchista, el artículo 11 de la Ley de Partidos. Allí se establece que «el Congreso de los Diputados o el Senado podrán instar al Gobierno que solicite la ilegalización de un partido político, quedando obligado el Gobierno a formalizar la correspondiente solicitud de ilegalización, previa deliberación del Consejo de Ministros, por las causas recogidas en el artículo 9», y que el punto 3c de dicho artículo recoge como causa «incluir regularmente en sus órganos directivos o en sus listas electorales personas condenadas por delitos de terrorismo que no hayan rechazado públicamente los fines y los medios terroristas».
Ojalá exhibiera el PP nacional el coraje de invocar lo anterior, ojalá resolviera que si Bildu no se ilegaliza no será porque ellos no han hecho todo lo posible. Ojalá tuvieran la talla y la coherencia de su compañera la presidenta madrileña. Ojalá comprendieran que la única manera de que no te acusen de electoralismo es vivir en un sistema sin elecciones. Las últimas líneas rojas se han cruzado, y ha sido con ocasión de unas elecciones.
Ojalá dejara de preocuparos lo que diga la banda de Sánchez, ojalá descartéis cualquier acuerdo con ella, ojalá atendáis a vuestros votantes más que al grupo de comunicación de Amber Capital y cerréis los actos de campaña al unánime grito de «¡Que te vote Txapote!».