Ojeras

IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El Gobierno celebra con éxtasis autocontemplativo el simple trámite rutinario de ponerse de acuerdo consigo mismo

EL Gobierno aprobará los Presupuestos, aunque serán aún peores y más gravosos que los que ha presentado cuando termine la negociación de las exigencias ‘sine qua non’ de los separatistas catalanes y vascos. El balance real de las cuentas conviene hacerlo cuando terminan su trámite parlamentario, no cuando lo empiezan; hay recorrido para más subidas fiscales, más privilegios territoriales y más subvenciones a través de enmiendas, y luego queda la célebre Ley de Acompañamiento para esconder sorpresas. La subasta está abierta y Sánchez dispuesto a hacer las concesiones que sean. El gasto no será un problema toda vez que la recaudación extra por la vía de la inflación ha dejado llena la caja de Hacienda. Poco importa que el Banco de España haya rebajado a la mitad las previsiones de crecimiento si la liquidez fluye gracias al alza de precios y su repercusión en los tributos indirectos. Como dijo una vez Soraya Sáenz de Santamaría, qué bonito debe de ser gobernar con dinero. Sobre todo si es ajeno.

Sin embargo el sanchismo, atento siempre al carácter escénico de la política, necesita adornar la gestión presupuestaria con un relato que dé tono épico a un asunto tan árido. Así que se ha inventado la tensión de un forcejeo nocturno para envolver en suspense dramático lo que no es más que un procedimiento rutinario: ponerse de acuerdo consigo mismo antes de presentar el proyecto a sus aliados. Se comprende que como los dos partidos de la coalición se han convertido en tres –porque Yolanda Díaz ha desgajado sus intereses de los de Podemos–, ese trabajo de compaginación interna se haya vuelto un poco más complejo. Pero toda esa historia del pacto ‘in extremis’ pretende crear la narrativa de un gran éxito sobre una simple diligencia de obligado cumplimiento. Aunque con tantos ministerios pueda resultarle arduo coordinarse, sólo faltaría que el Gabinete no fuese capaz de organizar sus propias prioridades. Igual reduciendo carteras sería más fácil.

La especial naturaleza de este Ejecutivo, en eterno pulso por la rentabilidad electoral de sus decisiones, lo arrastra a un continuo sobresfuerzo propagandístico, a una teatralización de roles distintos acoplados mediante su patriótica voluntad de compromiso. La proximidad de las urnas acentúa ese reflejo autocontemplativo, el afán por presentar cualquier medida como fruto de un generoso sacrificio recíproco en aras de la sagrada causa unitaria del progresismo. Como si existiera entre ellos alguna clase de reticencia para buscar votos a base de tirar de chequera y derramar fondos del erario público sobre su clientela, el verdadero programa común y permanente de la izquierda. Quizá los gurús de la publicidad fraudulenta todavía piensen que queda gente que se la crea. Pero deberían inventar algún argumento menos trillado que esta anécdota de las madrugadas insomnes y el consenso de las ojeras.