ABC-LUIS VENTOSO

¿En qué lugar del mundo se da la bienvenida a un asesino de niños?

MUCHOS de los más eximios filósofos de la historia han condenado el nacionalismo, ideología aviesa que en el convulso siglo XX desencadenó las dos mayores escabechinas de la historia de la humanidad, las dos guerras mundiales. Las razones intelectuales y morales para condenarlo son sencillas. La primera es de una lógica elemental: integrar, cooperar y sumar es siempre más sano y productivo que separar, restar y levantar muros mentales y físicos. La segunda es que, a poco que se rasque, tras el nacionalismo desatado late siempre un sentimiento de superioridad, que suele derivar en xenofobia y supremacismo. Desde luego no parece una gran idea. Pero incluso así, puede comprenderse que algunas personas emotivas y de mente replegada, muy apegadas a su terruño o seducidas por la propaganda identitaria, acaben sucumbiendo al credo nacionalista/separatista. Lo que ya resulta imposible de entender y admitir es que un ser humano en sus cabales, sea afgano, estadounidense, sirio o vasco, aplauda a un asesino de niños.

El etarra Santiago Arróspide, alias «Santi Potros», salió ayer de la cárcel tras cumplir treinta años de condena. Como es sabido ordenó matar a casi cuarenta personas, por lo que fue condenado a 3.122 años de cárcel. Una evidente deficiencia del modelo legal que tenemos ha permitido que esté libre tras cumplir menos de un año por asesinato perpetrado. Comparto plenamente la última decisión del Papa Francisco rechazando de plano la pena de muerte, sin resquicio de duda. Pero con la misma firmeza con que nos repugna la pena capital algunos creemos que algo no funciona bien cuando la vida de una persona vale menos de 365 días de reclusión.

Arróspide salió ayer de una cárcel salmantina en evidente buen estado de forma, muy sonriente y ataviado de guisa deportiva Nike. Tiene 70 años, pero a tenor de su porte podrían quedarle por delante muchos años de buena vida. Hubo otras personas que nunca la tuvieron, porque se cruzaron con él. El 19 de junio de 1987, Susana, de 13 años, y Sonia, de 15, se fueron con su madre a hacer unas compras de verano en el Hipercor de Barcelona. No volvieron. El padre perdió en segundos a toda su familia. Silvia, de 13 años, y su hermano Jordi, de 9, acudieron con su tía Mercedes al Hipercor. La tía se sumó a última hora, para sustituir a su hermana, que tenía cita en la peluquería. El pequeño Jordi no tenía ningunas ganas de ir hasta allá, pero lo convencieron contándole que le iban a comprar un bañador. Todos fueron destrozados por una bomba ordenada por Arróspide. Mató en aquel centro comercial a cuatro niños, doce mujeres y cinco hombres. El mismo etarra estuvo detrás del atentado que reventó un autobús en Madrid, asesinando a doce jóvenes alumnos de la Guardia Civil.

Arróspide jamás se ha molestado en pedir perdón. Ayer festejó su libertad en su tierra guipuzcoana, con banquete en una sociedad gastronómica. En su pueblo, Lasarte, lo aguardaban cariñosas pancartas de bienvenida: «Ongi etorri, Xanti». ¿En qué lugar del mundo se da la bienvenida a un asesino de niños? Pues ya saben uno. El mismo donde ayer llamaron «fascista» a Casado.