ABC 11/11/13
· «Toda la sociedad española debería imbuirse de algunas de las virtudes que se cultivan en los Ejércitos. Y la principal de esas virtudes es, sin duda, el patriotismo»
· Amor y rechazo «Es bueno distinguir entre patriotismo, que es el amor a lo propio, y nacionalismo, que es el rechazo de lo que se considera ajeno»
Orgullo quizá no sea la palabra más adecuada para definir el sentimiento de satisfacción que los españoles tenemos cuando tomamos conciencia de la inmensa herencia histórica y cultural que hemos recibido por el solo hecho de haber nacido en España. Pero eso no quita para que seamos muchos los que, con frecuencia, decimos que estamos orgullosos de ser españoles. Como Marañón, cuando dijo en Hispanoamérica después de la Guerra Civil: «Soy español, un español que siente hasta en la médula de sus huesos, hasta los rincones más hondos de su alma, el orgullo de serlo». O sea, que, aunque sepamos que haber nacido español no es ningún mérito, decir que estamos orgullosos de serlo significa que nos alegra infinitamente la herencia que hemos recibido y que nos alegra ser compatriotas de los demás españoles que hoy compartimos un proyecto común. Al decirlo estamos expresando el compromiso que supone aceptar esa formidable herencia y el compromiso de legar a los españoles del futuro una Patria mejor que la que recibimos. Porque el orgullo de ser español sólo cobra todo su sentido si lo ligamos al patriotismo, esa virtud cívica fundamental, de la que, probablemente, no nos atrevemos a hablar todo lo que debiéramos.
Sobre el orgullo de ser español y sobre el patriotismo he reflexionado las últimas semanas para preparar una conferencia que, con ese título, he tenido el honor de pronunciar ante los cadetes de la Academia General Militar de Zaragoza, invitada por la cátedra «Miguel de Cervantes de las Armas y las Letras» de la Academia. Al preparar mi intervención también tomé conciencia de que, en mis más de treinta años de vida política, en muy pocas ocasiones me he manifestado públicamente sobre el Ejército, sobre la Defensa o sobre la vida militar. Y de que eso mismo les ocurre a la mayoría, si no a todos, los políticos españoles. Ni siquiera en los debates electorales se tratan asuntos tan trascendentales como la Defensa Nacional y nuestros Ejércitos. Las causas de ese silencio pueden estar en un mal entendido pacifismo y en una serie de complejos heredados de una Historia no bien asimilada. Esa especie de vergüenza para abordar asuntos tan trascendentales como estos no tiene parangón en ningún otro país de nuestro entorno. Y todo lo que se haga para alcanzar la normalidad en el tratamiento de estas materias será enormemente positivo.
Es verdad que en la vida cotidiana de España y de Europa la guerra ha desaparecido. Y todos debemos alegrarnos de que así sea. Pero ese éxito no puede hacernos olvidar las amenazas a las que los países libres tenemos que hacer frente y que tienen su principal, pero no único, enemigo en el terrorismo islámico. Y hay que saber que la libertad de los ciudadanos y la independencia de la Patria dependen, en último término, de nuestros militares, que están dispuestos a dar la vida por defenderlas.
En una cátedra que lleva el nombre de Cervantes quise recordar el precioso «Discurso de las armas y las letras» del Quijote. Allí Cervantes, que ha sido las dos cosas, soldado en Lepanto y uno de los «intelectuales» más prestigiosos del Siglo de Oro español, compara los méritos de los hombres de armas con los de los hombres de letras, y acaba tomando partido por los soldados con un magnífico alegato en favor de las armas. Porque, nos dice, con el sacrificio de sus vidas, los soldados nos permiten vivir en paz y desarrollar las letras. Por eso, con Cervantes, creo que el compromiso de entregar hasta la vida en defensa de la Patria hace de la profesión militar la más digna de ser admirada. Una admiración que, probablemente, no se da hoy. Y debería ser responsabilidad de todos y, en primer lugar, de los políticos recabar el reconocimiento de los españoles hacia nuestros soldados. Como también creo que toda la sociedad española debería imbuirse de algunas de las virtudes que se cultivan en los Ejércitos. Y la principal de esas virtudes es, sin duda, el patriotismo, al que antes me refería.
En la España de las Autonomías se produce la paradoja de que algunos españoles no tengan reparo en declararse «patriotas» de su Comunidad Autónoma («abertzale», por ejemplo, significa precisamente «patriota») y sí muestren vergüenza o reparo en declararse «patriotas» de la «Patria común e indivisible de todos los españoles», que es la fórmula que nuestra Constitución utiliza para definir certeramente a España.
Nuestra Patria es, en primer lugar, el conjunto de todos los españoles con los que hoy compartimos lengua, cultura, historia, costumbres y un proyecto común. Y también los españoles que lo han sido a lo largo de la Historia y los españoles que lo van a ser en el futuro. En este sentido, el patriotismo implica un compromiso triple. En primer lugar, con nuestros compatriotas de hoy mismo. Además, con todo lo que nos han legado nuestros mayores para conocerlo, valorarlo y conservarlo. Y, también, con los futuros españoles a los que tenemos el deber moral de entregarles una España mejor que la que recibimos.
Aquí es bueno distinguir entre patriotismo, que es el amor a lo propio, y nacionalismo, que es el rechazo de lo que se considera ajeno. Y recordar las expresivas palabras de George Orwell, siempre preocupado por todo lo que constituyera una amenaza para la libertad, sobre esta diferencia: «el nacionalismo no debe ser confundido con el patriotismo. Entiendo por patriotismo la devoción por un lugar determinado y por una particular forma de vida (…) que no se quiere imponer; contrariamente, el nacionalismo es inseparable de la ambición de poder”. Creo que queda claro».