Gorka Maneiro-Vozpópuli

Irán lanzó esta madrugada pasada un ataque con misiles y drones contra Israel, tal como había prometido el Líder Supremo iraní tras sufrir el ataque de su consulado en Siria. Según el propio Ejército israelí, la gran mayoría de ellos han sido interceptados por los sistemas antiaéreos, tal como se esperaba. Solo una niña de diez años resultó herida al sur del país, al ser alcanzada por un interceptor durante la primera oleada de ataques aéreos, por lo que podemos concluir que Israel ha salido ilesa del ataque de su enemigo declarado. Antes de la ofensiva, Israel había tomado la decisión de cerrar su espacio aéreo y suspender todos los vuelos tanto nacionales como internacionales, misma medida que tomaron otros países de la región. Hizbulá se sumó a la ofensiva y lanzó decenas de cohetes desde el Líbano, tal como lleva haciendo meses.

A pesar de que el ataque iraní puso al mundo en vilo, las consecuencias de la ofensiva sobre territorio israelí han sido limitadas, Israel ha resistido el ataque sin excesivos problemas, Teherán ha dado por zanjado el asunto y EE.UU. ha reiterado su incondicional apoyo a Israel. Todo lo cual, obviamente, no tranquiliza del todo, por cuanto a pesar de que en esta ocasión el ataque iraní no ha desencadenado una espiral de violencia incontrolable, la tensión se mantiene en Oriente Próximo, donde todo lo peor parece siempre que está por llegar y podría ocurrir casi en cualquier momento. En una zona del mundo donde la violencia expresa o la amenaza de ejercerla forma parte del lenguaje político diario, el riesgo consiste en que efectivamente la violencia que se ejerce, cruda pero habitualmente contenida en cuanto a que circunscrita a un espacio y a un tiempo determinado, termine descontrolándose y provocando una escalada bélica imposible de detener por las propias potencias que siguen jugando con fuego en lugar de sentarse a resolver un problema de décadas. En Oriente Próximo, todo es desde hace tiempo demasiado peligroso, una espiral de violencia implícita o explícita que se retroalimenta o se provoca por unas causas o por otras y que amenaza con arrasarlo todo. De tanto jugar con fuego, podríamos quemarnos todos.

En Oriente Próximo, todo es desde hace tiempo demasiado peligroso, una espiral de violencia implícita o explícita que se retroalimenta

En esta ocasión, Irán lanza el ataque contra Israel en represalia por el bombardeo de su consulado en Damasco dos semanas antes, donde fueron eliminados siete altos cargos militares de la República Islámica, en venganza ejecutada por parte de Israel por el apoyo de Irán a Hamas, que ejecutó el pasado 7 de octubre el mayor ataque terrorista sufrido por Israel desde su creación en 1948, momento en el cual fue declarado enemigo a eliminar por parte de todas las potencias de la zona. Para responder al ataque terrorista y tratar de eliminar definitivamente a Hamas, Israel decidió iniciar una guerra sin cuartel y casi sin límites contra los islamistas en Gaza, respuesta que está provocando la muerte de miles de civiles inocentes, razón por la cual está recibiendo fuertes críticas por parte de la Comunidad Internacional, parte de la cual está debatiendo la posibilidad de reconocer el Estado palestino. Mientras Irán apoya a los terroristas de Hamas, Hizbulá, cuya razón de ser es su odio a Israel, sigue lanzando cohetes al país hebreo desde el Líbano. Todo lo cual parece formar una olla a presión a punto de explotar.

Sin embargo, Teherán ha dado por zanjado el asunto. El líder Supremo de Irán, el ayatolá Ali Jamenei, herido en su orgullo, había declarado, tras el ataque de su consulado en Damasco, que «el maligno régimen sionista debe ser castigado», lo cual ya consideran lo ha sido, a la espera de lo que pase en el futuro. Al fin y al cabo, Irán sabe que sus fuerzas son limitadas y que, si bien su orgullo decía que debían vengar el ataque sufrido, esta venganza no ha dado para más de lo que hemos visto, por mucha zozobra que haya provocado, porque, efectivamente, quien juega con fuego termina quemándose. Irán firmaría la disolución del Estado de Israel mañana, pero en el fondo sabe que no puede destruirlo. Lo que sí puede es provocar una guerra aún mayor de la que ya existe y que se lleve todo por delante, lo cual puede y debe evitarse.

Y siendo el momento muy peliagudo, podría ser el apropiado para no solo impedir que la escalada de violencia vaya en aumento sino que se den pasos para la resolución o al menos apaciguamiento del conflicto árabe-israelí a fondo y al completo. Todo lo que no mejora acaba empeorando. Y bastante rápidamente están empeorando las cosas en Oriente Próximo. Si es impensable que todos ellos respeten los Derechos Humanos y abracen la democracia más pronto que tarde, que al menos no puedan poner en peligro las democracias de su entorno y de las del resto del mundo.