VICENTE VALLÉS-La Razón

  • Los grupos que convocan estas manifestaciones solo tienen enemigos en la democracia occidental y no en la autocracia rusa
Rejuvenece ver en la televisión manifestaciones en las que se grita «Otan no, bases fuera». Quienes tienen –tenemos– la edad suficiente, recordamos protestas de este estilo y exactamente con el mismo lema ya en los años ochenta, lo que debería hacer que sus convocantes reflexionaran sobre el escaso éxito de sus reivindicaciones, ante la evidencia de que cuarenta años después la OTAN sigue existiendo y todavía quedan bases americanas en España.

Pero es comprensible que manifestarse con ese lema sea una tradición en determinado sector político, por no perder las costumbres. Y, a la vista está, ha tenido una evolución parsimoniosa y poco imaginativa, si se leen sus pancartas tan repetitivas. Lo que también resulta evidente es la pérdida de predicamento de determinadas propuestas, porque el número de asistentes es incomparablemente menor al que había en los viejos tiempos.

Las manifestaciones del «no a la guerra» fueron muy exitosas en 2003, cuando Estados Unidos invadió Irak y el gobierno de Aznar le dio su apoyo político. Ese sentimiento antibelicista hacía pensar que los organizadores de aquellas marchas tan numerosas iban a hacer lo mismo cuando Vladimir Putin ordenó la invasión de Ucrania. Pero ya han pasado cuatro meses desde el inicio de la guerra y tal cosa no ha ocurrido. Aún se está a la espera de que quienes han salido estos días a las calles para protestar contra la OTAN, en breve lo hagan también para exigir al tirano ruso que retire a sus tropas de Ucrania. No lo veremos, porque los grupos que convocan estas manifestaciones solo tienen enemigos en la democracia occidental y no en la autocracia rusa.

Este pintoresco episodio sería un suelto a pie de página en cualquier diario si no fuera porque, entre esos que se sienten incómodos en la democracia occidental y prefieren no criticar a la autocracia rusa, está un sector del Gobierno. De manera que estos días, el Gobierno español organiza la cumbre de la OTAN y recibe con cordialidad a sus representantes, mientras que el mismo Gobierno español se manifiesta contra la cumbre y desprecia a sus miembros. Busquen precedentes. No los encontrarán.