ISABEL SAN SEBASTIÁN-ABC
- Piden impunidad para crímenes que acabarán haciendo lehendakari a Otegi con la ayuda inestimable de Sánchez
España vive hoy otro día de infamia con epicentro en Bilbao, donde se concentran familiares, amigos y cómplices de los terroristas en una exhibición de impudicia digna de los tiempos que vivimos. Tiempos de podredumbre moral y miseria política. Tiempos de valores invertidos, pervertidos, que sacrifican el derecho sagrado a la justicia de las víctimas al colocar a los victimarios en situación de condicionar la acción del Gobierno, encabezado por un ser tan sobrado de ambición como carente de escrúpulos. Tiempos que permiten la victoria póstuma de la banda que asesinó a un millar de inocentes, muchos de ellos privados incluso de un proceso destinado a esclarecer quién los mató, al encumbrar a sus portavoces en las instituciones y colmar de beneficios a sus pistoleros sin exigirles siquiera una muestra de arrepentimiento.
Sare y Etxerat, dos organizaciones claves en el entramado criminal cuya existencia niegan quienes confunden la parte armada con el todo integrado en las siglas ETA, han convocado una manifestación para exigir la liberación de los etarras encarcelados. No de los ‘presos vascos’, como dicen ellos, adueñándose de un gentilicio que han cubierto de oprobio al utilizarlo como bandera en su historial sanguinario, sino de los delincuentes apresados, juzgados y condenados por atentar contra la vida de las personas, extorsionar, secuestrar, torturar, señalar, o cualquier otra forma de colaboración con la serpiente que durante décadas amargó la vida de los españoles. En esta ocasión han cambiado de logo. Su estandarte de la ignominia ya no muestra el mapa del País Vasco y Navarra, lo que denominan Euskal Herria, en alusión del traslado de sus presos a centros penitenciarios de dichas comunidades, sino que consta de dos flechas que confluyen en la palabra ‘etxera’. Casa. Una casa a la que nunca regresarán los muertos a quienes dispararon por la espalda o hicieron volar en pedazos, ni tampoco los exiliados, unos doscientos mil, obligados a marcharse de su tierra para escapar al terror impuesto por sus sicarios. Una casa que ha dejado de acoger a los discrepantes con el falso relato del ‘conflicto’ entre iguales satisfactoriamente resuelto, forzados a callar y tragarse su opinión para evitar el ostracismo social o la represalia laboral en muchos casos. Una casa a la que solo vuelven triunfantes los causantes de todo ese dolor, recibidos en sus pueblos como héroes.
Apenas quedan catorce miembros de ETA cumpliendo pena fuera del País Vasco. Los demás están bajo el manto protector del PNV, que ya ha soltado a medio centenar antes de lo debido. Todo fue pactado sin luz ni taquígrafos en época de Zapatero y se está cumpliendo a rajatabla por su aventajado discípulo. Pero ni siquiera eso les basta. Lo quieren todo y lo quieren ya. Impunidad para unos crímenes de los que están orgullosos y que acabarán haciendo lehendakari a Otegi con la ayuda inestimable de Sánchez.