Se llamaba Francisco Laína García y había nacido el 18 de enero de 1936. Contaba, pues, 45 años recién cumplidos cuando le tocó hacer frente a un momento clave en la vida política de España y en su biografía. Al igual que el presidente del Gobierno, Adolfo Suárez González, era abulense y falangista. Tras licenciarse en Derecho había empezado su carrera política aprobando por oposición en el Cuerpo General de la Administración Civil del Estado (TAC) y posteriormente ejerció como gobernador civil en León, Las Palmas y Zaragoza. En junio de 1980 fue nombrado director de la Seguridad del Estado.
Aquella tarde del lunes, 23 de febrero, a las seis y 22 minutos se sometía a investidura Leopoldo Calvo Sotelo después de la dimisión que había presentado su antecesor el 29 de enero. Paco Laína se encontraba en su despacho tratando de perfilar un proyecto para instalar en Ávila una Escuela de Policía, que estaban impulsando con gran interés él mismo y el presidente Suárez.
Fue en el preciso momento en que era llamado para votar el diputado por Soria, Manuel Núñez Encabo cuando por los laterales del hemiciclo irrumpió un pelotón de guardias civiles a cuyo frente estaba el teniente coronel Tejero, que ya había protagonizado una intentona golpista en noviembre de 1978, la Operación Galaxia, en la que le acompañaba el capitán Ricardo Sáenz de Ynestrillas. Ambos fueron condenados a siete y seis meses de cárcel por la intentona, a la que se quitó hierro calificándola de simple charla de café.
Laína, que seguía la sesión de investidura mientras trabajaba, dio noticia a sus subordinados de la irrupción de los guardias, con gritos de «¡Quieto todo el mundo!» y «¡Se sienten, coño!», formulados por el teniente coronel como argumento de autoridad:»Un pequeño grupo de unos 150 guardias civiles han irrumpido en el Congreso (…) La tranquilidad es total en todo el país. Se deberá evitar que se propaguen rumores distintos a esta información», transmitió el director de la Seguridad del Estado.
Es verdad que en aquellos tiempos daba mucho que hablar el estado de opinión de los cuarteles, pero la posibilidad de un golpe de Estado estaba muy fuera de cualquier consideración lógica para los españoles, pese a la decisión del teniente general Milans del Bosch, capitán general de la III Región Militar, de sacar los tanques a las calles de Valencia.
Manuel Vicent dio cuenta de esta incredulidad en una columna en la que se situaba en la piel de un ciudadano que circulaba en su coche mientras oía la retransmisión de la sesión parlamentaria en la radio del automóvil. Y de pronto aquella algarabía de tiros y gritos. Aquel buen hombre, describía Vicent, miró a su alrededor, vio a los escolares con sus carteras, a las amas de casa en sus trajines cotidianas y expresó una incredulidad que era patrimonio común de los españoles: «Vaya por Dios. Ya se me ha vuelto a estropear la radio».
Francisco Laína fue aquel día un hombre providencial, al frente de la Comisión de secretarios de Estado y de subsecretarios, un Gobierno en funciones mientras el Ejecutivo real permanecía secuestrado por los guardias de Tejero: «Un director de la Seguridad del Estado debe ser un hombre tranquilo y, además, procurar y ser capaz de infundir tranquilidad a los demás. Yo estoy muy tranquilo».
Al cumplirse los 30 años del golpe, Laína hizo un relato minucioso de aquellas 18 horas convulsas en una excelente entrevista que le hizo en El PaísJosé Luis Barbería. Él y Sabino Fernández Campo, otro de los grandes de aquellas horas, ya lo veían venir desde lejos. «Sabino me apuntaba: ‘Paco, convendría detener al general Armada«. Pero yo no podía detenerle así como así, porque a un militar solo lo detiene otro militar y aquella noche había militares que podían hacerlo. Armada me indicó que el Rey se había equivocado, que su mensaje iba a dividir al Ejército y que, en todo caso, ese era un asunto de militares que debía resolverse entre militares. ‘¿Pero el Rey no es el jefe de las Fuerzas Armadas con arreglo a la Constitución? Lo que tenéis que hacer Milans, Tejero y tú es cumplir las órdenes del Rey’, le subrayé. De manea sibilina, vino a decirme que lo mejor era que nos sumáramos al golpe. Al final, al ver que no nos convencía se nos derrumbó allí mismo. Mientras se tomaba un café llamé a Sabino. ‘Tengo a Armada en mi despacho’. Le pasé el teléfono, pero la conversación entre ellos no llegó ni a 30 segundos».PUBLICIDAD
Mi impresión, dijo Paco Laína es que Armada les engañó a todos, convenció e implicó a Milans y utilizó al Rey. Antes, el general Armada había intentado embarcar al general Juste y a la Acorazada Brunete en el golpe presentándose en la Zarzuela haciendo valer su presencia como garantía del apoyo del Rey a los golpistas. Juste llamó al palacio y Sabino negó la presencia del general Armada con una frase que ya es histórica: «Ni está, ni se le espera». El viernes se nos fue un hombre que supo defender la libertad de todos.