Pactos presentes, pasados y futuros

EL CORREO 24/09/13
JOSEBA ARREGI

En vísperas de las elecciones alemanas del domingo la pregunta que se planteaban la mayoría de los comentaristas de política europea era si la CDU-CSU conseguiría reeditar la coalición con los liberales del FDP, o si Angela Merkel se vería abocada a coaligase con el SPD, y lo que cada una de estas coaliciones de gobierno pudieran significar para el mantenimiento o matización, nunca revisión radical, de las políticas europeas de austeridad.
Ningún comentario había, sin embargo, sobre la necesidad de una gran coalición en Alemania para reflejar la transversalidad de la sociedad alemana, para evitar divisiones sociales en Alemania o para facilitar la convivencia. En Euskadi, por el contrario, el pacto entre el PNV y el PSE, que ni siquiera llega a ser pacto de estos dos partidos para gobernar en coalición, adquiere inmediatamente el carácter de un pacto que va, incluso, más allá de una coalición de gobierno, y alcanza el estatus de necesario para que la comunidad política vasca no caiga en la anarquía o en la división fratricida.
No está de más preguntarse por qué se da esta diferencia de significado y de alcance tan radical entre un pacto de coalición en Alemania y un pacto mucho más limitado en Euskadi. La respuesta es que en Alemania la transversalidad que constituye a la sociedad alemana como comunidad política está donde acostumbra a estar en todas las sociedades democráticas, en su Constitución y en las constituciones de sus Länder. Como el fundamento de la comunidad política alemana está en su sitio, en el texto fundacional, en la Constitución, los gobiernos que se vayan formando pueden ser monocolores, bipartitos, de gran coalición o de c ualquier otra clase : ello no tiene significado alguno para la cohesión transversal de la sociedad alemana como comunidad política.
En Euskadi se concede tanto valor a los pactos entre PNV y PSE, a la transversalidad que al parecer significan y garantizan, porque existe la percepción de que esa transversalidad no está garantizada por el texto fundacional de la sociedad vasca como comunidad política, es decir por el Estatuto de Autonomía. Y el Estatuto no funda y garantiza esa transversalidad porque la izquierda nacionalista radical ha luchado con todas sus fuerzas, es decir, con la violencia terrorista, contra ese Estatuto y todo lo que significa –el entronque jurídico/político en el Estado de derecho que es España– y también porque el PNV nunca ha querido renunciar a pretender ir más allá de lo que jurídica y políticamente implica el Estatuo de Gernika.
Los gobiernos de coalición PNV-PSE o los pactos políticos entre diferentes, como el recientemente firmado entre PNV y PSE, son, por lo tanto, parches de la falla fundamental que afecta a la sociedad vasca como comunidad política: el hecho de existir como sujeto político gracias al Estatuto de Gernika, pero sin que el partido que ha sido eje de casi todos los gobiernos formados gracias a ese mismo Estatuto, el PNV, haya aceptado dotar al Estatuto de Gernika del significado constitutivo de comunidad política que posee la Constitución para la sociedad alemana.
Es fácilmente comprensible que esta situación es cómoda para el PNV: le permite gozar del poder, nada despreciable, que concede a la sociedad vasca el Estatuto de Gernika –lo ha podido hacer en toda la historia estatutaria menos en la legislatura pasada–, y le permite afirmar dos cosas: que la sociedad vasca, el pueblo vasco, como sujeto político es anterior y distinto al que está definido en el Estatuto de Gernika (aunque en la larga historia del pueblo vasco éste sólo haya sido sujeto político unitario gracias al Estatuto del 36 y al de Gernika de 1979), y que es necesario avanzar a un mayor y mejor reconocimiento del pueblo vasco como sujeto político. Pero no se entiende que algunos lideres del PSE faciliten al PNV la pretensión de no definirse ante lo que constituye el fundamento de la comunidad política vasca, el Estatuto.
Esto último es precisamente lo que busca el Lehendakari Urkullu en estos momentos ‘delegando’ en los partidos políticos la búsqueda de un nuevo pacto que establezca una nueva relación con España. La razón de delegar en los partidos políticos parece que radica en la voluntad de no dividir, aunque la representación institucional del lehendakari abarca a toda la sociedad vasca, mientras que los partidos representan la división ideológica de la misma sociedad vasca.
Sea como fuere, Euskadi, la sociedad vasca, el pueblo vasco, estrictamente hablando es una especie de limbo o tiempo muerto entre un pacto que no se acepta como fundante, el Estatuto de Gernika, y un pacto futuro que no existe y cuya existencia se le antoja a uno más que utópico en la pretensión de que abarque más de lo que abarca el actual pacto que no se acepta, y sostenido únicamente por un pacto limitado en lo que lo único seguro es que se van a cobrar más impuestos, es decir, en un parche que no puede cumplir la función de fundar la transversalidad que se le exige y se le supone.
No estaría mal que los líderes políticos hicieran un pequeño ejercicio de imaginación: ¿qué pasaría si esa situación de un pacto cuyo carácter fundante no se acepta, de un pacto futuro que no existe y que es difícil que exista, y de unos pactos que no pueden fundar lo que se les supone que fundan fuera la verdadera realidad? Euskadi dejaría de existir, no habría parlamento vasco, no habría gobierno vasco, no habría administración vasca, ni sistema escolar vasco, ni hacienda (s) vasca (s), ni sistema vasco de salud, puesto que todo ello existe bajo el cobijo y la garantía del Estatuto de Gernika que al parecer no existe porque no es lo que debiera ser.
¿No valdrá más todo lo que tenemos que el desprecio al pacto pasado que es el Estatuto, que la improbabilidad de un pacto futuro, y que la incoherencia y la fragilidad de unos pactos que no tienen ni la función, ni la capacidad de rendir lo que se les asigna? Si la respuesta fuera que sí, ¿porque ningún líder cita al Estatuto cuando hablan de pactos?