País de homeópatas

PELLO SALABURU, EL CORREO 21/02/14

Pello Salaburu
Pello Salaburu

· ¿Cambiaría algo si no hubieran venido los mediadores internacionales? Nada, lo sabemos todos muy bien, pero hacemos como si los creyésemos necesarios.

Tengo encima de la mesilla un aparatito que me predice el tiempo. Y siempre lo consulto antes de cerrar los ojos, a ver qué va a hacer mañana y qué ropa me pongo. Es un aparato infalible: cuando hace bueno, me marca siempre que lloverá; en cambio, si en ese momento está lloviendo, me marca un sol enorme. Como no me dice cuándo se va a producir el cambio, siempre acierta. Así que no me desharé de él por nada en el mundo. Recuerdo que cuando en este país no llovía, ni había olas que nos comían la mitad de la costa, en ocasiones la cosa se ponía fea, y el campo se secaba, con lo cual, los animales de nuestros bucólicos caseríos, que practicaban una ecología casi en estado puro, no tenían hierba suficiente para comer. Entonces salía un señor con sotana cargando una cruz y detrás en peregrinación todo el mundo, para hacer una rogativa. Se rogaba a alguien escondido en el cielo que, por favor, un poco de agua para todos, que de otro modo no va a haber leche. Y al cabo de unas horas, unos días, unas semanas o unos meses, llovía a cántaros. La rogativa era tan eficaz como el aparatito de mi mesilla. Es una pena que ya no se hagan, porque eso daba color al paisaje.

Bueno, pues en la política vasca nos pasa algo muy parecido: se reúnen unos señores venidos de sitios exóticos en San Sebastián, en el palacio de verano del dictador, y a los dos días ETA decide dejarlo. Luego van surgiendo mediadores de diverso tipo y nombre, con señoras y señores que vienen y van, con cara muy seria y de preocupación, y también aparecen foros que no se sabe muy bien ni para qué sirven ni qué van a hacer, pero que trajinan mucho, la ocasión lo merece. El caso es que, a continuación, ETA va dando otros pasos, y de repente unos expresos convocan una rueda de prensa en un antiguo matadero (podían haber elegido mejor el lugar) y nos dicen que bien, que esto va bien, y que es el momento de tomar medidas. Es el teatrillo que nos hemos montado entre todos. Como una cosa sucede tras la otra, entonces la primera es la causa de que suceda la segunda. Es homeopatía en estado puro, vivimos en un país de homeópatas. Mejor eso, en cualquier caso, que encender la televisión y enterarte de que han matado al vecino.

Pero desde una mentalidad un poco racional, aquella que pone sobre la mesa los datos, los analiza, y procura encontrar una explicación coherente y simple, siempre que sea posible, no resulta fácil de entender cómo podemos quedarnos todos mudos de asombro, aceptando como naturales comportamientos que rayan en el absurdo. Los datos los sabemos de memoria: la policía y los jueces acaban con el grupo terrorista. La inmensa mayoría están ya en la cárcel. Muchos de los que todavía andan por la calle están seguramente controlados: la policía los va deteniendo a cuentagotas, según le convenga. Ante semejante panorama, el grupo decide parar. Y también echa el freno su sector político. Esos son los datos. Ahora vienen las explicaciones esotéricas: la izquierda patriótica ha dado un gran paso. Y algunos lo creen. ETA ha dado más pasos. Y algunos lo creen. Los grupos de intermediación (no se sabe bien entre quiénes median) han hecho posible esto. Y va el personal y se lo cree. Y las creencias dan lugar a peticiones: hay que acercar a los presos, tenemos que solucionar ‘el conflicto’, aunque la palabra va perdiendo fuerza últimamente. Hay que juzgar por genocidio a los dirigentes de ETA, total, por pedir, qué más da. Y todo a primera plana.

Ahora, el enésimo grupo internacional de misioneros en tierra infiel nos anunciará que ETA va a sellar algunos de sus depósitos: la verdad, hasta suena bien. Los datos nos dicen, sin embargo, que, con intermediarios o sin intermediarios, ETA hará lo que han hecho siempre grupos similares: cerrará algunos depósitos para salir en los periódicos y en YouTube; venderá las armas que pueda en el mercado negro, y algún arqueólogo descubrirá dentro de unos centenares de años unas armas medievales abandonadas en alguna cueva.

Nos gusta el teatrillo. Con lo fácil que resulta dejarlo todo en paz: que hagan lo que quieran, así de simple, con tal de que no maten. No hace falta que se disuelvan de forma oficial (aunque yo se lo recomendaría, si quieren hacerles un favor a sus presos), ni que entreguen armas, ni que hagan nada de nada. Que estén callados, que no griten, que no maten, que no quemen casas, y que se escondan, por si acaso. Los demás deberíamos dedicar nuestras fuerzas a solucionar las consecuencias varias que todo esto nos ha dejado: el trastoque de valores éticos; la situación de las víctimas; la atención a quienes de verdad abandonaron hace tiempo, y de forma pública, el grupo; la reivindicación de la memoria histórica y la recuperación de los restos de familiares desaparecidos por motivos varios; la aclaración de períodos negros de nuestra historia reciente con policías o grupos de extrema derecha que asesinaban ante jueces que miraban a otro lado, etc. Hay problemas más importantes que atender con cara de pasmo lo que estos grupos de turistas internacionales, especializados en la homeopatía política, nos vayan a decir. ¿Cambiaría algo la situación si no hubieran venido? En nada, lo sabemos todos muy bien, pero hacemos como si estuviésemos convencidos de su necesidad y conveniencia. Llegado a este punto me pregunto si no sería más eficaz que organizasen una rogativa para que ETA se disuelva, yo les podría dejar mi aparatito de la mesilla para que aseguren el tiempo. No vaya a ser que el día elegido les acabe lloviendo.

PELLO SALABURU, EL CORREO 21/02/14