Juan Carlos Girauta-El Debate
  • La cuestión principal, la que debemos comprender para orientarnos en el trozo de historia de España que nos ha tocado, es que Alfonso Guerra acababa de liquidar hacía muy poco a aquel PSOE de la Guerra Civil. González sería el mascarón de proa y el hipnotizador, pero la inteligencia la puso don Alfonso

Los padres de la Constitución no pudieron prever un Sánchez, ni este presidente del TC. Sin lealtad, ningún modelo aguanta. Desde luego, jamás imaginaron en el futuro de la contraespaña a un Torra, a un Puigdemont, ni siquiera a un Maskar Illa. Lo que es tanto como afirmar que los padres de la Constitución —que no son los que aparecen en los siete cuadros del Congreso, sino Alfonso Guerra y Fernando Abril Martorell— no previeron que estaban pariendo una Constitución para España. Craso error. Porque España había dado un estadista como José Calvo Sotelo, mártir monárquico, pero también un Luis Cuenca, el socialista que lo asesinó. Dirán que compare al líder monárquico con el republicano, para equilibrar. Lo intentaré, pero no estaba comparando, solo poniendo al lado el nombre de un señor y el de su verdugo. Los asesinatos, al ser para siempre, se empeñan en unir nombres que no deberían mezclarse.

El líder republicano indiscutible fue Azaña, pero no tenía votantes. El jefe de Gobierno cuando el magnicidio era otro republicano: Santiago Casares Quiroga. José María Gil-Robles, líder de la CEDA que sí tenía votantes (más que ningún otro líder), responsabilizó a Casares del atentado contra Calvo Sotelo por cierta frase amenazante pronunciada en las Cortes. El PSOE tenía dos líderes y una autoridad moral: los primeros eran Indalecio Prieto y Francisco Largo Caballero, el segundo era Julián Besteiro. Este acabó levantándose en Madrid contra los dos primeros. Es decir, contra el gobierno que encabezaba el también socialista Juan Negrín. Besteiro conocía la doctrina marxista mejor que nadie en el PSOE. Catedrático, había pasado por cuatro universidades extranjeras. A los otros dos líderes el marxismo les interesaba por su antagonismo intrínseco y por su legitimación científica de la envidia. Ellos buscaron la guerra y Besteiro quiso evitarla. A principios del 39, prefirió el triunfo de Franco al de Stalin, que es quien movía los hilos del gobierno Negrín, también catedrático, adicto al sexo y con secretario ruso. Por su parte, Prieto y Largo mantuvieron un enfrentamiento puramente venal al fin de la guerra. Un juego de trileros con un enorme tesoro nacional cargado en el barco Vita, que acabó controlando Prieto. De ahí su mansión en Méjico custodiada por hombres armados.

La cuestión principal, la que debemos comprender para orientarnos en el trozo de historia de España que nos ha tocado, es que Alfonso Guerra acababa de liquidar hacía muy poco a aquel PSOE de la Guerra Civil. González sería el mascarón de proa y el hipnotizador, pero la inteligencia la puso don Alfonso. Guerra es más padre de la Constitución que nadie, puesto que influyó sobremanera en Abril-Martorell teniendo este tres ponentes de la UCD por uno solo del PSOE. Esa influencia en modo alguno era sectaria, Guerra no es Sánchez. Pero portaba ya el mal o el error que acabaría con todo: la estructural ventaja nacionalista. Ninguna Constitución soporta la deslealtad sistemática, y encima la nuestra traía un fallo de diseño.