Patriotas y nacionalistas

TONIA ETXARRI, EL CORREO 01/04/13

· El lehendakari Urkullu, al hablar del 36 como referencia histórica, está mezclando la Guerra Civil, la dictadura, la Transición y la democracia.

Los auténticos patriotas somos nosotros». La frase que, de forma tan contundente y directa, le espetó el desaparecido empresario vasco José María Vizcaíno a Otegi, durante la tregua de ETA de 1998, volvió a planear ayer en Euskadi, sobre el debate que suscitan las fuerzas nacionalistas en su día de celebración de la Patria vasca. Una jornada para volver a clamar por la independencia. Con matices. Los herederos de Batasuna lo hicieron, como siempre, abiertamente. El PNV, de forma más sibilina. La aparición de ETA, con otro comunicado en el que hablaba del sufrimiento de sus presos en la cárcel «por amor a su patria», puso la «guinda» al pastel del patriotismo que, desde sus inicios, no ha logrado otro fruto que la clasificación de la ciudadanía en categorías, en función del grado de asimilación al nacionalismo que se tenga.

¿Puede ser patriota un ciudadano que no sea nacionalista? La respuesta en las fuerzas autodenominadas abertzales es sabida. Si no se es nacionalista, no se tiene la ‘txartela’ del label. La reacción en la ciudadanía que no se siente nacionalista, sin embargo, se camufla más con el ambiente, aunque exista.

En la tregua engañosa del 98, Otegi subió a los altares y se puso de moda. Se entrevistó con casi todo el mundo. Sin falta de intermediarios. Sin verificadores. Los interlocutores se agolpaban en la cola de la taquilla que repartía las entradas para escuchar al líder de Batasuna sus reflexiones sobre las intenciones de ETA. Algunos le escuchaban sin poner objeciones. Otros le hacían la pelota, más por supervivencia que por convencimiento. El portavoz de esa izquierda que se definió como abertzale en busca de la independencia y el socialismo, también se reunió con algunos representantes de la patronal vasca. Y en uno de esos encuentros, el empresario José María Vizcaíno se despachó a gusto al tomar la palabra para decirle a Otegi que los verdaderos patriotas eran ellos, los empresarios vascos que, a pesar de ser perseguidos por los terroristas, estaban creando puestos de trabajo y dando la cara en pleno cambio económico y social. Fue una definición de amor a la patria, alejada de las ideologías y de los intereses partidarios. Y no le faltaba razón.

Hoy estamos viendo cómo el termómetro de ‘amor a la patria’ se sigue utilizando para enmascarar intereses de partido. Los políticos que ayer celebraron el Aberri Eguna deberían ser capaces de superar su propia rutina y aplicarse la audacia que reclaman para otros. Una fuerza como el PNV, por ejemplo, minoritaria en el Parlamento vasco, que todavía sigue «pelando la pava» en los presupuestos, hablando de «echar una mano» y «arrimar el hombro» ¿ no habría sido mejor ‘patriota’ si, desde el principio, hubiese ofrecido un pacto estable al PSE o al PP y UPyD para dar esa imagen de tranquilidad de legislatura que, hoy por hoy, no tienen los ciudadanos en Euskadi? O los de EH Bildu, ¿no serían más merecedores de la etiqueta de abertzales si, por ese amor proclamado, plantan cara a su propia historia y le dicen a ETA que se disuelva reconociendo el daño causado en vez de ser cómplices de la utilización que la banda está haciendo de sus presos?

Pero la inercia sigue apretando a las fuerzas políticas que, aunque conocen las preocupaciones de los ciudadanos, no se permiten dejar pasar la oportunidad para reclamar, más o menos abiertamente, la independencia.

El lehendakari Urkullu, que se arriesgó la pasada semana al medir su liderazgo mediático, el mismo día y hora, con la celebración del partido de la selección (España contra Francia), va tomando nota. Los ciudadanos vascos que prefirieron ver el partido a su entrevista (logró atrapar la atención de tan sólo un 8% de audiencia) están más preocupados por la crisis que por los comunicados de ETA. Más agobiados por el paro que por las declaraciones de ruptura con España. Por eso, durante sus primeros meses de gestión guardó la carta que ayer volvió a enseñar, aunque semidescubierta. Un estatus propio. Sí, pero ¿cómo? ¿Con declaración en el Parlamento vasco y directamente a un referéndum ilegal sin correr el riesgo de ir al Congreso de los Diputados y fracasar, como le ocurrió a Ibarretxe? Silencio. No da pistas.

Sus proclamas sobre el futuro de Euskadi han dejado, sin embargo, una fecha inquietante: el 36, como punto de partida de una revisión de la historia. Coincide con los herederos de Batasuna. Lo suele hacer Laura Mintegi cada vez que los demás partidos políticos la emplazan a que condene la historia del terrorismo de ETA. Se remite al 36. Es decir, como si la Guerra Civil, la dictadura, la Transición y los 36 años de democracia amenazados por el terrorismo se pudieran mezclar en un ‘totum revolutum’ para borrar de un plumazo todas las conquistas de un país que, gracias al consenso y al sacrificio de grandes patriotas, pudo despojarse del franquismo dotando a los ciudadanos de un régimen de libertades que nos ha permitido llegar hasta cotas de convivencia inimaginables hace cuatro décadas.

Que los nacionalistas quieren revisar la historia de la Transición queda ya fuera de toda duda. Pero deben ser conscientes de que, para acometer reformas en un Estado democrático como el que tenemos, hay que pasar por el filtro del consenso y de las mayorías. Pero agitar el embeleco del nuevo estatus como si fuera la panacea a todos los males de Euskadi, incluida la salida a la crisis económica y al desempleo, no es, precisamente, una solución patriótica.

TONIA ETXARRI, EL CORREO 01/04/13