Ha enmudecido, se ha borrado. «Vive bien quien bien se oculta». Ovidio. El presidente en funciones lleva casi 20 días ‘haciendo perder el tiempo a los españoles’, según la muletilla que le adjudicaban al paciente Feijóo por cumplir con la fecha de investidura que le impuso doña Francina, la dama de las enaguas. En este lapso, el cenit del progreso ha evitado ejecutar sus compromisos de transparencia. Aseguró que, una vez que fuera designado por el Rey, desvelaría algunos pespuntes del enjuague de la amnistía a los golpistas prófugos o estables. No cumplió. Se comprometió después a hacerlo una vez concluida su ronda negociadora con los portavoces parlamentarios. Tampoco. Incumplir con la palabra dada no es abuso que castiguen las urnas. La prensa, tampoco.
Los emisarios de Sánchez negocian en secreto la futura demolición de las bases de nuestra convivencia sin explicar ni un solo detalle a los damnificados, esto es, al pueblo español, loas víctimas propiciatorias del descomunal cambalache. Durante largo tiempo se le dio la paliza a Mariano Rajoy con la matraca del ‘plasma’. Acusaban al entonces jefe del Gobierno de huir de los medios, evitar los micros y ser alérgico a las entrevistas. No se le aplica la misma medida al actual, refractario al trato con los micrófonos salvo los orgánicos y afines. Dos formas bien dispares de afrontar el hecho informativo que ponen en evidencia la pulcritud profesional de los medios.
Isabel Rodríguez, de una iracundia desmedida, dribla el término tabú mediante una argucia estropajera. Habla de que Feijóo es ‘un candidato frustrado’ y poco menos que lo remite a pasar una temporada en el diván del psiquiatra.
Ministros y otros voceros también se ocultan, evitan dar la cara, salvo cuando no hay más remedio. Recitan sin reposo la frasecita de «nada está acordado hasta que esté acordado«, que sin duda ideó uno de los 800 asesores de Presidencia en algún momento de eufórica ebriedad y con eso salen del apuro. Una burla más en la línea de su tradicional desprecio a la opinión pública. Así, Félix Bolaños recita altanero y provocador que el acuerdo, cualquiera que sea, resultará ‘im-pe-ca-ble’ desde el punto de vista constitucional. Isabel Rodríguez, de una iracundia desmedida, dribla el término tabú mediante una argucia estropajera. Habla de que Feijóo es ‘un candidato frustrado’ y poco menos que lo remite a pasar una temporada en el diván del psiquiatra.
Las negociaciones con Waterloo se atascan, se complican, se tornan complicadas. Los escribidores adictos recurren a todo tipo de jeribeques para justificar el hecho de que, pese a lo prometido en su día por Patxi López sobre que la investidura de su jefe tendría lugar en torno al 17 de octubre -«despejen ustedes su agenda»- tal vaticinio no se concreta. Más bien, se torna más difuso cada día. Tanto que las apuestas sobre si habrá o no elecciones el 14 de enero cobran cuerpo en algunos ambientes en los que apenas se conoce el atrabiliario funcionamiento de las neuronas de Puigdemont.
El pastelero loco, como se conoce al fugitivo del procés en la familia independentista, sitúa en el frontispicio de su ambición el solventar sus particulares problemas con la justicia y espantar el riesgo de la cárcel. Amnistía para lo suyo, y lo demás ya luego si eso. Al tiempo, alarga este período tan singular en el que ha recobrado relevancia, protagonismo y hasta una cierta aureola de líder de la republiqueta en el exilio. No se trata, por tanto, de liquidar el mangoneo negociador en un plis plas. Hay que hacer sufrir a Sánchez, a quien detesta y de quien no se fía, y acaparar todo el foco mediático que se pueda.
Es el único mandatorio de Occidente que no ha hablado con Netanyahu, que no ha comparecido en las Cortes para mostrar su apoyo a la masacrada Israel, que, por su puesto, no se ha desplazado a la zona del conflicto
Mientras se apaña tal prodigio anticonstitucional, el descomunal narciso ha dado orden de que nadie abra la boca, ni mueva un dedo, ni deslice una sola pista sobre cómo andan las cosas. Tiene paralizado el Congreso, atenazado al Gobierno, atenazada la Justicia, bloqueada la Administración mientras, para disimular, se reúne con gente inaudita y prescindible. Que si los de la agenda 2030, que si los subvencionados del cine, que si un manojo de feministas aburridas, y así. Permanece alejado de todo conflicto y huye de cualquier compromiso. Es el único mandatorio de Occidente que no ha hablado con Netanyahu, que no ha comparecido en las Cortes para mostrar su apoyo a la masacrada Israel, que, por su puesto, no se ha desplazado a la zona del conflicto.
Por no estar, ni siquiera tuvo a bien acercarse a Oviedo para así poder escuchar el importante mensaje del Rey en los premios Princesa de Asturias, con una invocación a la unidad frente a la división, porque es de ahí de donde vienen las soluciones a los conflictos. Esto es, la dirección contraria del camino que persigue el gran trujamán.. Este sábado, quizás para disimular, se acerca a Egipto donde se celebra un jamboree de circunstancias, con veinte o treinta dirigentes internacionales, al objeto de salir en alguna foto y aparentar que desarrolla alguna actividad relacionada con lo que el terrible drama que hace temblar al mundo..
España es un artefacto paralizado y quejumbroso desde las elecciones de mayo, sin rastro de actividad política alguna, sin posibilidad de planificación económica, sin apenas presencia internacional pese al semestre europeo, sin más signos vitales que los vergonzantes aspavientos para convencer a un prófugo de la Justicia de que oriente su pulgar en la dirección que espera un jefe de Gobierno silente, oculto y medroso. Como un desertor en los confines de su propia ambición.