Rubén Amón-El Confidencial
- El presidente quiere convertir la amnesia que él padece en la epidemia global con que los votantes deben olvidar las fechorías que ha cometido, incluida la vergüenza de abolir la sedición
No es cuestión de frivolizar con las patologías psiquiátricas, pero resulta que una de ellas, el síndrome de Korsakoff, define la relación de Pedro Sánchez con la indignidad y con la memoria. Lo demuestra la predisposición del presidente del Gobierno a la patología pendular que caracteriza la amnesia anterógrada (dificultades para crear recuerdos nuevos) y la amnesia retrógrada (dificultades para acceder a recuerdos pretéritos).
Es el diagnóstico que explica el descaro con que pervierte los compromisos electorales y erosiona los valores. Y no por falta de vitamina B ni por culpa de los excesos alcohólicos —así se describe el síndrome de Korsakoff—, sino porque prevalece el instinto de supervivencia, aunque sea al precio de degradar el hábitat institucional y de humillarse al chantaje soberanista.
Ha sucedido con el escándalo del delito de sedición. No ya porque Sánchez se propusiera abaratarlo, sino porque ha decidido suprimirlo. Se lo han exigido los compadres soberanistas. Y le han forzado a desfigurar el Código Penal para amnistiar implícitamente a los siniestros artífices del procés.
Lo decía Javier Caraballo en el programa de Alsina: Sánchez se comprometió a traer a Puigdemont y va a conseguirlo. No echándole el guante, sino ofreciéndole una alfombra roja que tanto permite el regreso de Marta Rovira como facilita la carrera política del fraile Junqueras.
El síndrome de Korsakoff impide a Sánchez acordarse del 155. Y del énfasis con que sostuvo que los delincuentes del 1-O habían incurrido en un delito no de sedición ni de rebelión. Semejante recuerdo se ha disuelto en el éter. Y se añade al inventario de deslices mnemotécnicos con que el líder socialista pervierte la dignidad del Estado en su calendario de emergencias personales. Se trata de remediar el hambre de la bestia indepe. Y de garantizarse el apoyo a los presupuestos, aun sabiendo que los camaradas de ERC no van a saciarse con el cumplimiento del chantaje. Piden más. Exigen una amnistía verdadera. Y terminarán reclamando una indemnización, más allá de prosperar en el proyecto del referéndum.
¿Cómo no va a estar tranquila la situación de Cataluña si Sánchez proporciona al independentismo todas las reivindicaciones imaginables?
Cabe preguntarse igualmente cuál puede ser el precio electoral de semejantes transgresiones. Si habrá o no habrá una tenue protesta de los baroncillos. Si las viejas glorias del PSOE rectificarán el canturreo del gallo. Y si los votantes penalizarán o no la deriva desquiciada del patrón monclovense.
Sánchez es únicamente consciente de la importancia y de la realidad del presente, igual que le sucede al protagonista de Memento, pero también ha experimentado la eficacia de la ducha escocesa y la asombrosa capacidad de digestión que el electorado concede a las grandes fechorías.
La terapia social de Sánchez consiste en someter a la opinión pública a un tratamiento de choque que explora el umbral del dolor hasta límites insospechados. Más inverosímil parece una iniciativa política —el pacto de gobierno con Iglesias, los indultos, el mamoneo con Bildu—, más consigue el PS demostrar que todavía puede extremarse la disciplina. Y ha ocurrido de nuevo: la reforma de Código Penal se ha resuelto en términos desproporcionados, extinguiendo la figura delictiva que castigaba a los sublevados y predisponiendo las condiciones de un nuevo soborno.
Resulta penoso y degradante que Sánchez pretenda desvincular la abolición de la sedición de la negociación de los presupuestos. Ya se ocupan Aragonès y Junqueras de agradecerle la injerencia del Código Penal. Y de relacionarla con los acuerdos de la convivencia política. Ponen precio al secuestro. Y Sánchez lo paga en billetes grandes.
La esperanza y la expectativa del presidente consisten en que los ciudadanos también seamos víctimas del síndrome de Korsakoff. Y que el tiempo vaya desdibujando la gravedad de la felonía mientras se perpetra la siguiente. Pretende así estimular un estado de amnesia similar al que él mismo padece (o finge padecer). Y llegar a las urnas como si nada hubiera sucedido, especialmente si la oposición del PP se desnutre en la guerra interna —Ayuso vs. Feijóo— y si los votantes moderados y antisanchistas no encuentran cobijo en las soluciones que se proponen en los cuarteles de Génova 13.
El síndrome de Korsakoff adquiere su nombre del neuropsiquiatra ruso (Serguéi Korsakoff) que describió la patología de la amnesia. No tiene un tratamiento sencillo, menos aún cuando el paciente se resiste a curarse. O cuando, peor aún, aspira a convertirla en una epidemia nacional, de tal manera que la amnesia general le conceda la victoria en las urnas mientras hipoteca la dignidad del Estado.