Alberto Ayala-El Correo
Ahora sí. Mientras Navarra se encamina hacia su primer Gobierno transversal cuatripartito de centroizquierda -dudo que EH Bildu se atreva tumbarlo y propicie así otras elecciones, aunque el PSN mantenga su negativa a pactar con ellos-, Pedro Sánchez parece que se mete en harina.
El PSOE ganó las elecciones con un mensaje de izquierdas. No dudó en centrar parte de su campaña en aquellos denominados ‘viernes sociales’, los últimos consejos de ministros que convirtieron en papel legal los compromisos alcanzados con Podemos.
Pero eso fue en campaña. Desde que se abrieron las urnas, Sánchez y su núcleo duro han coqueteado día sí día también con el PP y, sobre todo, con Ciudadanos -y han estado a punto de volver a dejar tirados a sus compañeros del PSN navarro- en busca del apoyo de los liberales a su investidura. Aún estaríamos en esas si esta semana, en la constitución del Parlamento foral, Andoni Ortuzar no llega a advertir taxativo a Sánchez que ya podía ir olvidándose de los seis votos del PNV para seguir en La Moncloa si cedía a la derecha el Gobierno de la comunidad foral a cambio del respaldo en Madrid de los dos diputados de UPN.
Ahora, una vez evidenciado ante las instituciones europeas y los grandes poderes económicos que si no hay entendimiento PSOE-Ciudadanos es, exclusivamente, por la tozuda negativa de un Albert Rivera empeñado en liderar la derecha en lugar de ser la bisagra para la que algunos empujaron a su formación de Cataluña a la política nacional, es el turno de PSOE y de Unidas Podemos.
El pulso está servido. Sánchez ha dejado claro a Iglesias que está dispuesto a un pacto programático y a colocar cuadros podemitas en el segundo escalón de su Administración. Pero de ministros morados, nada de nada. Menos aún que el líder de UP sea vicepresidente y ministro, por ejemplo, de Trabajo.
En casi todas las comunidades que van a gobernar las izquierdas, Podemos tiene consejeros. Entonces, ¿por qué dispensa Sánchez trato de apestado a quien necesita para gobernar como el comer?
Es radicalmente cierto lo que repiten Ábalos, Calvo, Lastra y demás voceros socialistas: que los morados suman mayoría con el PSOE en todas esas autonomías, pero no en el Congreso. Que aquí necesitan, además, al PNV, a Compromís o al diputado cántabro de Revilla, además de a los republicanos catalanes o a la izquierda abertzale.
Pero hay más. En la Unión Europea, es obvio, la izquierda radical y los comunistas no sólo no gustan, disgustan. Si ganan las elecciones, como en Grecia, y además se moderan poco a poco, como viene haciendo Tsipras, no hay más remedio que soportarlos. Si no, el límite es el modelo que Sánchez pretende para España: Portugal. Es decir Gobierno monocolor socialista, y que comunistas y demás tropa izquierdista apoyen desde fuera. Es lo que siempre aconsejaron Mitterrand o Willy Brandt a Felipe González: los comunistas, lejos. Amén de que aquí, partidos como el PNV tampoco soportan a los morados.
Llega la hora de la verdad. Veremos si es Sánchez o Iglesias quien cede. Y si la cosa acabara otra vez en las urnas a quién premian y castigan los españoles.