IGNACIO MARCO-GARDOQUI-EL CORREO

  • Disfrutaremos de un verano de desenfreno antes de enfrentarnos a la tormenta perfecta de un otoño muy frío

Soy consciente de que arrastro una larga cadena de fracasos adivinatorios, pero esta adivinanza es tan sencilla que me atrevo a apostarle una paella a que acierto. Me refiero a lo que va a suceder en el próximo futuro. Mire, primero sufriremos en verano el síndrome de ‘la orquesta del Titanic’. Ya sabe, vuelos atestados, playas infestadas, hoteles al completo y restaurantes a tope. Al menos, para esos dos tercios de los españoles que parecemos capaces de superar el nivel de los precios y no queremos saber nada del otoño. Somos seguidores acérrimos del Secretario General de UGT y abrazamos con entusiasmo su encantadora filosofía. Ya sabe, aquello tan entrañable de ‘que se vayan a hacer puñetas, vamos a disfrutar del verano’. No hay problema, luego, cuando lleguemos a ese río, cruzaremos ese puente, a pie o a nado si la riada se lo ha llevado… Segundo, la inflación ¿va a bajar, como decía la Vicepresidente Calviño en abril, cuando ya se acercaba peligrosamente a los dos dígitos, o va a subir aún más, como dice ahora todo el mundo? Es mucho más probable lo segundo que lo primero.

Entonces, ¿Qué van a hacer los sindicatos? ¿Aceptarán pérdidas de poder adquisitivo o exigirán subidas que lo mantengan, aunque solo sea un rato, pues eso empujará la segunda ola de inflación, complicando aún más el problema? Lo segundo, salvo que, como es de justicia, se repartan mejor los sacrificios. ¿Cómo? Pues habría que considerar una subida menor para los funcionarios, que disfrutan de la garantía de su puesto, al menos por ahora, y eso es una ventaja. También habría que hablar de las pensiones. El Gobierno ha pactado, ¡con Bildu! una subida de las no contributivas del 15% y se ha comprometido a aumentar las contributivas tanto como suba la inflación. A día de hoy eso supone más de 15.000 millones, y no los hay en la caja. El consejo que nos da el sentido común y nos sugiere la OCDE es que se congele la promesa, al menos este año. Por su parte, las pensiones más altas tendrían que subir menos que los precios.

Habría que considerar una subida menor para los funcionarios

Habría que hablar de las empresas. La idea de recortar el crecimiento de sus beneficios es mala. Peor, es contraproducente. Pero sí habría que discriminar fiscalmente los dividendos repartidos. Aquella empresa que gane dinero y que lo utilice para invertir y crear empleo, debería ser apoyada. A cambio, la que se lo entregue a los accionistas debería ser penalizada temporalmente, mientras estén en vigor el resto de los sacrificios. Es un buen momento para distinguir con precisión lo que son beneficios de lo que son dividendos, y actuar en consecuencia.

Y, por último, pero quizás lo más importante, el Estado debería dar ejemplo. Si siempre es conveniente analizar los gastos y comprobar sus resultados, ahora lo es más. No es tolerable un gobierno con 22 ministros y 800 asesores. No es tolerable esa fea costumbre de dilapidar el dinero en viajes inútiles y en pompas absurdas. El loro está atiborrado de chocolate. Cada euro de gasto debe de estar bien justificado ex ante y comprobado ex post. Reducir el gasto es mucho menos restrictivo de la actividad que aumentar impuestos. Máxime cuando estos afectan al consumo que necesitamos y a la inversión imprescindible.

Como ve, le he descrito un pacto de rentas. ¿Se conseguirá? Pues no lo creo. ¿Por qué? Dudo de que el gobierno tenga la suficiente coherencia interna para definirlo, asumirlo y proponerlo. Dudo más de que tenga la ‘autoritas’ necesaria para impulsar y lograr un acuerdo tan complejo. Y no estoy seguro de que las partes estén dispuestas a hacer los esfuerzos que serán necesarios. Me parece increíble que solo haya habido una reunión, en la que no se avanzó nada y que se suspendan las negociaciones hasta después del verano. Al final va a tener razón Pepe Alvarez y nos vamos a ir a hacer puñetas. Pero eso sí, todos. Quizás todos menos él, que cobra del sindicato y el sindicato está subvencionado por el Gobierno. ¡Qué suerte! Bueno, pues nada me gustaría más que pagarle la paella.