IGNACIO CAMACHO – ABC – 26/11/15
· La impostada humanización populista de los candidatos sólo consigue acentuar la banalización de la política.
Atacan a traición, colándose en la intimidad de los hogares emboscados en cualquier apacible programa de entretenimiento con el que las familias pretendan echar un rato de evasión tras la cena. En un afán compulsivo de parecer personas «normales», los candidatos bailan, cocinan, conducen, hacen jogging, montan en bicicleta, suben en globo, se descuelgan en tirolinas y hasta enseñan sus cuartos de baño. Cualquier día harán
cameos en «Aquí no hay quien viva» o saldrán como extras en una teleserie de época. La última moda consiste en hablar de deportes, o incluso ejercer de comentaristas de partidos como hizo anoche en la COPE un Rajoy encantado de autoparodiar su estereotipo de lector unívoco del «Marca». Se desparraman por los medios con la única condición de no hablar de política, eso de lo que al menos en teoría entienden algo. Quizá sepan tanto de ella que han terminado por constatar lo mucho que aburre a los ciudadanos.
Esta presunta humanización de los políticos, tan impostada como la mayoría de sus actitudes, pretende acercarlos a la gente –el concepto populista que paradójicamente suplanta al sujeto democrático soberano que es el pueblo– pero sólo consigue acentuar la creciente banalización de la actividad pública. La posmodernidad ha convertido la política en un espectáculo superficial, liviano, transitivo, que sustituye el complejo trabajo de dirigir administraciones y equipos por el simple ejercicio de la propaganda y el marketing.
A base de trivialidad, las campañas se han ido transformando en concursos de simpatía, en castings de desenvoltura telegénica. El debate de ideas se ha vuelto anoréxico; en vez de contratar estrategas y expertos, los líderes fichan a creativos publicitarios, y en lugar de redactores de discursos se conforman con hacedores de frases. La cháchara sustituye a los discursos programáticos; nada extraño cuando los nuevos dirigentes se han forjado en la cantera de los tertulianos.
No está claro sin embargo que tanta ubicuidad mediática, tanto empeño forzado por aparentar una normalidad de atrezzo mal disimulado proporcione réditos electorales en vez de multiplicar el cansancio de la opinión pública ante la omnipresencia de los candidatos. Lo que los votantes desean saber de quienes aspiran a gobernarlos no es si sacan a pasear al perro o lavan sus propios platos ni de qué equipo son hinchas –algunos ni siquiera se atreven a confesarlo–, sino qué propuestas ofrecen para solucionar los problemas de una sociedad en colapso.
Se dirigen a ciudadanos, no a espectadores; al pueblo, no a la audiencia. Y por lo demás, deberían andarse con cuidado en la exhibición de habilidades marginales a su oficio. No vaya a suceder que los electores descubran que en su actividad privada resultan tan poco competentes como en la profesión para la que se les supone preparados.
IGNACIO CAMACHO – ABC – 26/11/15