Guadalupe Sánchez-Vozpópuli
Sánchez compareció en Sol para lavarse las manos con un gel hidroalcohólico que destruye al virus de la responsabilidad y enmascara la enfermedad de la incompetencia
En los años 80, los hermanos Galán triunfaron con el dúo musical Pimpinela. Su secreto consistió en teatralizar sus canciones e interpretaciones para hacerlos pasar por discusiones de pareja musicalizadas. La realidad es que ni había pareja ni había discusión, sólo simple actuación.
Cuando ayer terminaron las comparecencias de Sánchez y Ayuso tras reunirse en la sede del Gobierno de la Comunidad de Madrid sita en la Puerta del Sol, me quedé con la sensación de haber asistido a una de las performances de Pimpinela. Y es que la letra de la canción ya me la sabía, aunque era oficialmente la primera vez que se representaba. Sánchez, en el papel de macho latino que acude presto al rescate de Isabel, la damisela en apuros, que le reprocha el haberla dejado tanto tiempo sola y sin medios para sacar adelante a la familia. Como en un mal melodrama en el que el marido que había ido a por tabaco vuelve a casa tras un largo tiempo ausente.
La solución a tantos meses de desamor la plasmaron en un documento en el que, para que ustedes me entiendan, acuerdan ponerse de acuerdo. Pero por todos es sabido que en política los acuerdos se traducen en comités, subcomités y a veces hasta en observatorios. La faceta creativa que desarrollan quienes pertrechan estas genialidades de nuestro entramado administrativo radica en los nombres, siempre efectivos y efectistas. A éste le llamarán Grupo Covid-19. No me negarán que no parece el nombre de un escuadrón de superhéroes de Marvel con poderes especiales para enfrentarse a una pandemia sanitaria. Un virus vencido por comités, el sueño húmedo del socialismo.
La vacuidad de lo convenido no la disimulan ni las decenas de banderas desplegadas en el escenario montado en la Real Casa de Correos
Y es que tiene que parecer que la reunión ha servido para algo, además de para colmar las necesidades de Moncloa de mostrarse dialogantes en pos de la unidad y las de Génova de presumir de centralidad. Pero la vacuidad de lo convenido no la disimulan ni las decenas de banderas desplegadas en el escenario montado en la Real Casa de Correos.
Quizás lo más interesante de la pantomima radicó en los discursos de clausura. Entre anuncios de grupos bilaterales y eslóganes baratos del tipo ‘la unidad evita contagios y salva vidas’, algunas de las frases de Sánchez tienen más calado de lo que pudieran en principio aparentar. Dijo el presidente que «venimos a ayudar», y añadió que «no hay tutela ni jerarquía». Vamos, que una cosa es hacer como que se arrima el hombro y otra asumir el mando o las consecuencias. Si algún asesor incauto en la Comunidad de Madrid pensaba que la tan cacareada cogobernanza se iba a traducir en corresponsabilidad del Ejecutivo nacional por los resultados que arroje la implementación de las medidas en Madrid, se puede ir olvidando. Para esto mejor que Ayuso hubiese solicitado el estado de alarma pidiendo que el Gobierno aprobase sus medidas delegando en ella la gestión. La asunción de responsabilidades habría venido acompañada de mayores competencias y facultades en la movilización de recursos, mientras que en la situación actual estos últimos dependen de la buena voluntad del Gobierno. Jaque mate de Redondo que nadie en la Comunidad de Madrid parece haber visto venir.
Exigencias a la oposición
Es un hecho incuestionable que el Gobierno de la nación ha decidido que no volverá a mancharse sus manos progresistas con la gestión sanitaria del coronavirus. El hacedor de relatos gubernamental, Iván Redondo, ha decidido que es un ‘marrón’ del que obtendrán escaso rédito político y mucho desgaste. A ver cómo explican que para una nueva escalada de contagios (que precisa de la adopción de medidas restrictivas) estén apostando por que las CCAA recurran al llamado ‘plan B’ en lugar de al estado de alarma. Todo ello, después de que en mayo el presidente negase públicamente su existencia mientras exigía a la oposición que le aprobasen las prórrogas para ‘desescalar’. Mejor centrarse en la memoria histórica y la igualdad de género, que requieren poca gestión y mucha emoción, algo para lo que él ha estudiado. Sánchez compareció en Sol para lavarse las manos con un gel hidroalcohólico que destruye al virus de la responsabilidad y enmascara la enfermedad de la incompetencia para hacerla pasar por consenso y unidad.
Qué duda cabe de que ha contado para ello con la colaboración inestimable de los complejos del PP y de Ciudadanos, cuyos dirigentes han trasladado a la opinión pública el erróneo mensaje de que un Estado liberal es incompatible en lo ideológico e inoperante en la gestión ante una pandemia. ‘Para un liberal es muy duro adoptar medidas que limiten libertades’, se lamentaban el pasado viernes. Si algo define al liberalismo clásico es la concepción del Estado como garante y facilitador (que no es lo mismo que proveedor), en el que cualquier limitación de los derechos y libertades fundamentales se acordará ponderadamente, con sujeción a la ley y evitando abusos de poder o arbitrariedades.
Instrumentalización política
Algo que precisamente marcó la gestión del estado de alarma por el Gobierno de Sánchez, tanto al decretarlo (aprovechó para incluir a Iglesias en el CNI) como al insistir en prorrogarlo cuando ya no tenía sentido, mientras monitorizaba las redes sociales en busca de críticas, suspendía el portal de transparencia y fundamentaba sus decisiones en comités de expertos inexistentes. Centrar las críticas en el estado de alarma como herramienta jurídica y de gobernanza en tiempos de epidemia, y no en su instrumentalización política por el Ejecutivo, es uno de los tantos errores cometidos por la oposición de los que se nutre hábilmente el sanchismo.
Eso sí, todo el paripé al que hemos asistido les sirve para redimirse ante quienes instaban el cese en las hostilidades. Ojalá éste venga acompañado de algo más que de la tristemente habitual inoperancia.