Alberto Ayala-El Correo

Cuando las cosas marchan sobre ruedas casi todo suele ser de color de rosa. Cuando aparecen los problemas, surgen dudas y diferencias. El PNV, es evidente, no vive su mejor momento, aunque tampoco el peor. El partido de Ortuzar preside el Gobierno vasco, las tres diputaciones y dos de los tres ayuntamientos de capital. Sólo Vitoria tiene al frente una regidora del PSE.

Pero a los peneuvistas les quita el sueño el resultado de las dos últimas citas con las urnas. Los jeltzales ganaron las municipales, sí, pero con 70.000 votos menos que en 2019. Una EH Bildu en claro ascenso se quedó a 25.000 votos. Semanas después, en las generales de julio, aún les fue peor: el PNV quedó segundo tras PSE. Perdió 47.000 papeletas respecto a las municipales y 103.000 en relación a las anteriores generales. La izquierda abertzale se quedó a sólo un millar de votos. Y como los de Otegi revalidaron escaño en Navarra, los herederos de Batasuna son la primera fuerza vasca en Madrid.

En 2024 toca renovar el Parlamento vasco, la institución encargada de elegir al lehendakari. Y en el PNV se sopesa cada detalle para evitar que Otegi y los suyos -pese a no haber abjurado de ETA, pero blanqueados por Pedro Sánchez y sus urgencias en Madrid- le den el ‘sorpasso’. Urkullu – que aún no ha confirmado lo previsible, que repetirá como candidato- y su gobierno intentan taponar agujeros. En especial buscan calmar el evidente malestar ciudadano con la otrora modélica sanidad vasca. Malestar común a buena parte de los países del entorno. Y es que, ya saben, quienes suelen pagar los platos rotos son los partidos en el gobierno, como acabamos de ver en Alemania.

En este contexto no resulta cuestión baladí la fecha de los comicios. Hasta el miércoles se daba como más probable que las elecciones vascas coincidan con las europeas del 9 de junio. Parecía hasta que la presidenta del Bizkai buru batzar (BBB), Itxaso Atutxa, sugirió el miércoles que los comicios se anticipen a marzo para que la trifulca nacional PSOE-PP no se imponga al debate vasco. Difícil, altamente improbable, que Atutxa lanzara semejante mensaje al margen de lo que opinan Ortuzar y el resto del EBB.

Pese a ello Urkullu dejó ayer claro en Japón que estas palabras no le han hecho ninguna gracia. No por hablar de marzo para que PSOE y PP no dejen en un segundo plano lo vasco, sino por abrir el melón, porque es su competencia apretar el botón electoral y porque pretende terminar algunas cosas (la Ley de Educación o mejorar la sanidad) antes de hacerlo.

¿Celos? ¿Nervios? Probablemente. Porque, ¿podría haber ‘sorpasso’? No parece lo más probable, pero sí. ¿Podría perder el PNV la Lehendakaritza, que ha ocupado siempre menos los tres años en que gobernó el socialista Patxi López porque Batasuna estaba ilegalizada? Es posible, pero aún menos imaginable. La llave posiblemente la vuelva a tener el PSE y parece demasiado pronto para que los socialistas piensen en un histórico giro a la izquierda con los herederos de Batasuna, que siguen sin abjurar de los crímenes de ETA.