PELLO SALABURU, EL CORREO – 17/01/15
· Ningún movimiento populista ha sido capaz de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos. Y algunos de sus líderes acabaron convertidos en dictadores.
El nuevo partido se está instalando poco a poco entre nosotros. Pablo Iglesias ha dejado de ser el único que aparece en los medios: ya vamos poniendo cara y voz a sus representantes. No, todavía, a su programa, pues eso es algo que hay que hacer, insisten, entre todos, en las asambleas. Por ahora están entretenidos con el proceso de participación, más que reflexionando sobre las ideas centrales con las que quieren solucionar lo mal que la casta ha hecho las cosas. De momento, por tanto, solo vaguedades y tópicos.
Las encuestas, que a veces aciertan y a veces fallan, lo han dejado claro: irrumpirá con fuerza en las elecciones. Salvo que en estos próximos meses nos sacuda, de forma positiva, alguna cadena de sucesos tan imprevisible como improbable: que se creen dos o tres millones de puestos de trabajo, que todos los corruptos acaben expulsados de los partidos y en la cárcel, o nimiedades por el estilo. Me ha sorprendido, la verdad, la reacción temeraria y temerosa de los portavoces de los partidos cuando el Euskobarómetro publicó su sondeo: esas encuestas no nos sirven, no están bien hechas. A continuación venía una desautorización de trazo grueso (más votos). Con cargarse al mensajero, asunto resuelto. Pero Podemos está ahí, al acecho, haya o no encuestas. Mucha gente le va a dar su voto. Nadie se debería engañar en este punto.
Le van a votar muchos de los que nada, o muy poco, tienen que perder. El castigo que han recibido en los últimos años ha sido tan cruel e inhumano, que les da lo mismo –quizás no ganen nada, pero es evidente que tampoco van a perder lo que no tienen–, y procurarán castigar a los partidos tradicionales con la misma fuerza con la que ellos han sufrido las consecuencias de la crisis. También votarán a Podemos ciudadanos que tienen cosas que perder, pero que están hartos de esas caras que ellos asocian con la crisis. Así que promoverán cambios, ‘por esta vez’, para que esos que están ahí de toda la vida y mira a dónde nos han llevado, salgan ya de los sillones. No faltarán en el voto, por último, ciudadanos que en otras votaciones se han abstenido: el río revuelto siempre atrae pescadores. Y los jóvenes: el discurso de Pablo Iglesias, y de quienes van asomando estos días en los medios, es mucho más atractivo y fresco, mucho más moderno, que esos discursos de cartón piedra con los que se nos han obsequiado en Navidades.
Lo que suceda en Grecia va a tener, en cualquier caso, efectos sobre Podemos, sobre todo si finalmente Syriza, el partido hermano –volvemos a la cuna de la civilización occidental– consigue hacerse con el Gobierno. Y me temo que, cualquiera que sea el resultado, no va a ser beneficioso para Podemos. Porque si Syriza gobierna y comienza a aplicar sus recetas, se pueden producir consecuencias difíciles de asumir en otras partes de Europa. Sobre todo si Grecia acaba fuera del euro. Quizás, visto lo que puede suceder si se juega con fuego, alguno se lo piense dos veces. Por el contrario, si Syriza decide actuar de forma pragmática y comienza a pactar con la casta, o se olvida de medidas importantes cuyo simbolismo es lo que mueve a los votantes, la desilusión que genere entre sus partidarios se va a reflejar también aquí. Grecia es un país endeudado hasta las cejas y los experimentos se pueden pagar de forma muy cara. No es lo mismo gobernar sobre principios que gobernar afrontando los problemas concretos que la política debe solucionar. La toma de decisiones genera siempre descontento en algunos.
Podemos, en la medida en que se está convirtiendo en un partido de casta, empieza a reproducir en su seno, poco a poco que hay que dar tiempo al tiempo, muchos de los comportamientos criticados en otros partidos. Por ejemplo, en el nuevo partido nada se mueve si no tiene el permiso de Pablo Iglesias. Por encima de participaciones y asambleas, hay uno que manda, y es él. No lo hacen quienes con tanto entusiasmo participan en círculos y votaciones. Para nada. No es tan inocente, y no dudará en adoptar cuantas medidas sean necesarias para asegurar que nada cambie sin su consentimiento: desde quitar de en medio a alguno que le quiera hacer sombra, como ha sucedido, a asegurar que determinadas votaciones solo se puedan hacer de la forma que a él convengan. Antes de que se debatiese nada en ningún círculo, ya adelantó, de forma muy democrática, que Podemos como tal no se presentará a las municipales.
Todo eso sería asumible. Lo que no cuadra en un partido que se presenta como innovador, popular, limpio y con la escoba en la mano, es que tenga un líder que afirme, literalmente, que la representación –sistema básico del funcionamiento democrático-no tiene ningún compromiso con él. Democracia en estado puro. Iglesias confesaba a Évole que hasta le gustaría contar con un programa televisivo periódico, para que algunos periodistas, «cabrones como tú», le hicieran preguntas y le pusieran en aprietos. Hay que dar cuentas ante el pueblo. Pues bien: Ana Pastor le tomó la palabra y, en efecto, lo puso en muchos aprietos a los pocos días: Iglesias se revolvía en su silla, incapaz de responder a muchas de las preguntas. A continuación resolvió no acudir a más debates.
Es más fácil hablar al personal desde el micrófono de un despacho, como lo hacía su ídolo Chávez (¡vaya modelo!), que hacerlo ante una periodista canalla. Ningún movimiento populista en la historia ha sido capaz de mejorar las condiciones de vida de los ciudadanos de un país. Hay varios ejemplos, sin embargo, de la transformación de líderes de ese estilo en ilustres dictadores. Hablar en nombre del pueblo, mostrar habilidad para interpretar sus designios, se traduce en demasiadas ocasiones en la simple sustitución por parte del líder de esa voluntad popular que con tanto entusiasmo defiende.
PELLO SALABURU, EL CORREO – 17/01/15