GUY SORMAN – ABC – 13/07/15
· «Si nosotros, no musulmanes, no acusamos a los yihadistas de ser los verdaderos blasfemos, disuadimos por extensión a todos los demás musulmanes de denunciar a estos yihadistas»
Hace 10 años, estallaba la «crisis de las caricaturas» después de que Flemming Rose, el director del periódico danés « Jyllands Posten », decidiese publicar en él unas caricaturas de Mahoma. Como recordaremos, los activistas del mundo musulmán se ofendieron por ello; Flemming Rose fue acusado de islamofobia por unos occidentales biempensantes y no musulmanes. Desde entonces, vive bajo protección policial a caballo entre EE.UU. y Dinamarca. A principios de este año, el asesinato de los periodistas de « Charlie Hebdo » en París fue otro episodio trágico en esta batalla por el derecho a la sátira que reivindica Flemming Rose. Más allá de este derecho, e incluso deber, de caricaturizar y de blasfemar, Flemming Rose ha escrito un libro importante sobre él, « La tiranía del silencio », publicado por Cato en EE.UU. y por FAES en España, dos fundaciones vinculadas a la libertad de expresión. Como observaba José María Aznar, el presidente de FAES en Madrid, reivindicar esta libertad en Occidente hoy en día te convierte en un «disidente».
Resulta paradójico que el derecho a decirlo todo, incluido el hablar mal de uno mismo mediante la autocrítica, en el que se basa todo el pensamiento occidental, incomode tanto de repente a los occidentales hasta el punto de que muchos periódicos en Europa y en EE.UU. dudan si reproducir las caricaturas de «Charlie Hebdo», como ayer las de « Jyllands-Posten ». Por su parte, la prensa iraní no duda en organizar concursos de caricaturas que niegan el holocausto mientras que los burdos dibujos antisemitas son habituales en los medios de comunicación egipcios. ¿En la guerra cultural y real que, ahora mismo y por mucho tiempo, enfrenta a los occidentales y a los yihadistas del islam, callarse por temor a ofender al enemigo es la estrategia correcta? Flemming Rose está convencido de lo contrario –yo también–, pero tenemos que constatar que el silencio que nos imponemos a nosotros mismos gana terreno y se vuelve opresivo. Además, no se trata solo del islam, ni solo de Europa.
Pensemos en EE.UU., cuya Primera Enmienda a la Constitución garantiza en principio una total libertad de expresión, aunque sea para defender las peores causas. Por tradición, los estadounidenses consideraban que era mejor dejar que se expresasen los pensamientos más viles para generar un debate en vez de ocultarlo. Los europeos, por su parte, eligieron lo contrario, especialmente después de la Segunda Guerra Mundial: en vez de una Primera Enmienda, en Europa se multiplican las leyes que criminalizan la negación del Holocausto, el racismo, el antisemitismo y, últimamente, la negación del genocidio de los armenios por parte de los turcos. Dudar es un delito y debatir es odioso. Muy bien. Pero, ¿disminuye más rápidamente el número de racistas o de antisemitas ahí donde les está prohibido expresarse o donde tienen derecho a expresarse? La Primera Enmienda estadounidense me parece, apriori, más eficaz contra el odio que ocultar ese odio, pero vayan ustedes a saber, porque nos faltan instrumentos de medida.
Ahora se alzan voces en Europa para que, a su vez, la islamofobia se prohíba por ley. ¿Disminuirá el número de atentados yihadistas? ¿No resulta absurdamente racionalista construir una relación aritmética entre el número de caricaturas de Mahoma publicadas en la prensa occidental y el número de atentados perpetrados en Europa? Más allá de este debate sobre la manera de tratar el islamismo y la islamofobia, nos preocupa, como a Flemming Rose, la tendencia a la autocensura más generalizada en EE.UU., a pesar de la Primera Enmienda, tanto como en Europa con la proliferación de leyes que imponen el silencio. En el conjunto de las sociedades occidentales aumenta una especie de presión social que multiplica las prohibiciones del lenguaje, y las universidades estadounidenses se convierten, a este respecto, en laboratorios caricaturescos del « pensamientocorrecto » en los que la « comodidadmoral » del estudiante prevalece sobre cualquier espíritu crítico. Un ejemplo conocido es el de Mark Twain, a quien se evita estudiar porque habla de los « negros » en Tom Sawyer. Al proteger tanto a « lasminorías », estas determinan la forma correcta de pensar y de hablar, y como estas minorías se multiplican (étnicas, religiosas, sexuales, etcétera), ya apenas hay una mayoría. El librepensador con espíritu crítico se convertirá dentro de poco en la última minoría, a la que habrá que proteger o encerrar en un zoo.
Esta dimisión del espíritu occidental y esta tiranía del silencio nos vuelven a llevar a la lucha contra los yihadistas, que se está globalizando. Nuestro silencio es su victoria. Peor aún, nuestro silencio disuade a los musulmanes moderados, es decir los musulmanes normales, de tomar la palabra. Si nosotros, no musulmanes, no acusamos a los yihadistas de ser los verdaderos blasfemos, disuadimos por extensión a todos los demás musulmanes de denunciar a estos yihadistas.
A título informativo, recordemos que el marxismo prosperó durante demasiado tiempo como pensamiento dominante porque en Occidente estaba bien visto declararse prosoviético y antiimperialista. Hoy en día, tanto los musulmanes como los no musulmanes nos enfrentamos a un nuevo totalitarismo, a un «fascismo verde», que se extiende por nuestra apatía, por el temor expreso de algunos a que los consideren islamófobos y por el temor sobre el terreno de librar una guerra contra el «Califato» para no parecerse de ninguna manera a George W. Bush. Pues bueno, estos comportamientos son concluyentes: el pacifismo occidental satisface a los yihadistas, a Putin y a la dictadura china. El pánico a ser considerado islamófobo, rusófobo o sinófobo castra la inteligencia de los hechos. Caricaturistas, ¡cojan sus lápices! Temas de burla no faltan.
GUY SORMAN – ABC – 13/07/15