Miquel Escudero-El Correo
Una cosa es lo que en democracia se deba reclamar a nuestros representantes políticos y otra es lo que, a día de hoy, podamos esperar de ellos. Parece inevitable sentir desesperanza ante la irresponsabilidad que unos y otros exhiben junto a una pueril inclinación por la malevolencia. En lugar de generar confianza e ilusión a los ciudadanos, produce miedo imaginar, y comprobar, todo lo que están dispuestos a hacer para ocupar el poder. La politización del fútbol ha dado paso a la futbolización de la política, donde prevalecen comportamientos propios de ‘hooligans’ desbocados.
El gusto por ofender y deformar al adversario, haciéndolo enemigo, puede tener efectos demoledores en muchas direcciones. A propósito, en la película ‘Oppenheimer’ resultan palpables las consecuencias de unas vulgares rechiflas públicas del físico nuclear Robert Oppenheimer, director de la investigación científica del Proyecto Manhattan, hacia Lewis Strauss -también judío de origen alemán-, fundador de la Comisión de Energía Atómica de Estados Unidos. El feroz resentimiento de Strauss, por la burla de aquel físico terriblemente destructor, supo aguardar con disimulo la ocasión oportuna para vengarse y asestarle el mayor daño posible. Aunque le acabase saliendo el tiro por la culata, tuvo éxito.
No sé cuántos políticos son capaces de pensar por ellos mismos, pero ojalá activaran actitudes afables y educadas hacia sus rivales (algo que no está reñido con sostener firmes convicciones, al contrario), se libraran del venenoso tic de ofender y se aproximaran a las necesidades concretas y verdaderas de seres humanos reales, los personajes de la intrahistoria.