JOSÉ LUIS ZUBIZARRETA-EL CORREO

  • Resulta sorprendente cómo los asesores políticos hacen decir a los candidatos cosas abocadas a convertirse en sambenitos para toda la campaña

Nada más lejos de mi intención, amable lector, que poner a prueba su erudición. Pero seguro que, del emperador romano Calígula, y de sus muchas y escandalosas andanzas, sólo se acuerda de que nombró cónsul a su caballo Incitatus. ¡Imagínese que Jesús Gil hubiera nombrado a su Imperioso CEO del Atlético de Madrid! Tampoco de Nerón le habrá quedado otro recuerdo, aparte de que tocaba la lira y ordenara el suicidio de Séneca, que aquel terrible de que prendió fuego a populosos barrios de Roma para erigirse, sobre sus cenizas, una suntuosa Domus Aurea. Y es que, pese a ser históricamente inciertos, ambos recuerdos son tan antonomásticos de la extravagancia que caracterizó a esos imperadores, que el sambenito que les suponen los define mejor que cualquier investigación histórica.

La comparación es, lo admito, exagerada, pero, si se perdona la hipérbole, sirve para ilustrar lo que, a escala menor, le ha ocurrido a Feijóo con su propuesta de hacer alcalde al cabeza de la lista más votada en las elecciones municipales. La iniciativa, simbólicamente proclamada, como la Constitución de 1812, en el gaditano Oratorio de san Felipe de Neri, era una entre sesenta, algunas de ellas de mucho mayor alcance programático. Pero ni medios ni políticos se hicieron eco de éstas y se fijaron sólo en la citada. No es que la propuesta fuera incierta, como los hechos de Calígula y Nerón, pero sí amenaza con acabar siendo para él, como aquellos han sido para éstos, el sambenito de ingenuidad y simulación que se le colgará, si no de por vida, para lo que queda de campaña. Ingenuidad, digo, porque supone una supina ignorancia del modo selectivo que rige en política y medios cuando los comicios se acercan. Y simulación, porque, abusando del solemne marco gaditano, sólo pretendía salvar al proponente del bochorno al que se sabe condenado de pactar con el innombrable grupo político que le acosa. Durará, pues, el sambenito, a no ser que lo haya cambiado por el más reciente que rezaría: «mansedumbre cristiana frente a belicosidad islámica».

Nada perdura, sin embargo. Apenas tres o cuatro días tras la propuesta de Feijóo se celebró la tan obligada como tardía comparecencia del presidente de Gobierno sobre los Consejos de la Unión Europea. Gran oportunidad, pensé, para debatir sobre lo que hoy más acucia a los miembros de la Unión: la guerra de Ucrania. Me equivoqué. El asunto sólo mereció unas tímidas discrepancias respecto del sentir general por parte de los socios minoritarios del Gobierno. El resto fue lo más parecido a un Debate del Estado de la Nación, que Gobierno, aliados y oposición aprovecharon para hacer campaña. Triunfalista propaganda por parte del presidente, que hasta amagó con sacarle provecho a la noticia del día sobre la ralentización en la rotación del núcleo de la Tierra, si bien, nada más mencionarlo, balbució un «en fin, me voy a quedar ahí» que sonó a un «quién me habrá puesto esta morcilla en el discurso». No era para menos. Ni venía a cuento ni encajaba en el dispar contexto de aquel debate en el Congreso. Muy inflamado fue, luego, el alegato del portavoz de su grupo; fría la de sus socios; amenazante, aunque muy cauta, la toma de distancia de los aliados; y rutinaria la crítica de los grupos de la oposición. Todo tan inane, que pronto quedó sepultado por la irrelevante presencia de Isabel Díaz Ayuso en la Complutense de Madrid, como síntoma del desinterés que la política suscita en la ciudadanía.

Pero, por lo visto, no todo es desinterés en el mundo. Al día siguiente del debate, me encontré con la noticia de un sesudo estudio de la Universidad de Toronto, hecho público por la Asociación Estadounidense de Psicología, en el que se advierte de los graves efectos, en términos de estrés y ansiedad, que el seguimiento de la información política causa en la salud mental del ciudadano. ¡Pobre cerebro mío -me dije- después de las más de cinco horas que me pasé sentado frente al televisor siguiendo el debate del Congreso! Lo peor, con todo, era que, si uno se descuelga de la información política para cuidar de su salud mental, cae en el pasotismo cívico más ignominioso. Qué hacer para escapar de esa Escila y Caribdis, esa Guatemala y Guatepeor, no lo dicen los profesores de Toronto. Nunca pensé que ese impacto en mi psique lo causara mi interés por la política. Creía, más bien, que el estrés y la ansiedad que sufro se debía a causas menos confesables como mi incurable adicción al Athletic, que tanta zozobra me crea, semana a semana, con su titubeante desempeño. Tendré que hacérmelo mirar.