Jon Juaristi-ABC
- El futuro laboral de Iván Redondo empieza a preocupar a los españoles de bien
En su número de octubre, ‘Revista de Occidente’ publica un excelente artículo de su director, José Varela Ortega, acerca de la destrucción de la democracia liberal en la época de los populismos (el autor aborda también los precedentes lejanos de este síndrome en la Grecia antigua, cuando se denominaba demagogia a lo que hoy llamamos populismo). Según Varela insinúa desde el título mismo de su ensayo, estaríamos «gobernados por psicópatas» y «embaucados por publicistas» al servicio de aquellos. Tomando prestados sendos marbetes a Adolfo Tobeña y Andrés Trapiello, tacha a los que nos embaucan de «manipuladores» y «componedores de cabezas», respectivamente. En efecto, resultaría exagerado caracterizarlos como «ingenieros de almas», expresión con la que Stalin se refería a los artistas oficiales del régimen comunista y a los reclutadores de intelectuales de Occidente para la Komintern. Los Maiakovski o Münzenberg, que terminaron cayendo en desgracia y muriendo a manos de los verdugos estalinistas o suicidándose antes de que les disparasen en la nuca, tenían, en general, convicciones e incluso discursos más o menos coherentes. Sería absurdo compararlos con los Iván Redondo de nuestros días. El defenestrado jefe de gabinete de Sánchez Castejón carece incluso de convicciones, como todos sabíamos y, por si alguien albergaba alguna duda, ha quedado confirmado en sus recientes apariciones televisivas ‘postmortem’.
Lo de la carencia de convicciones no es en sí mismo censurable. Iván Redondo sirve a quien le paga. Todos lo hacemos, salvo los más dialécticos (los multimillonarios). Evita que acabes suicidándote como Maiakovski cuando te despiden. Iván Redondo, dispuesto a tirarse al barranco por Sánchez cuando este le pagaba, ha comenzado a despellejarlo mientras hace la rosca a la vicepresidenta segunda con vistas a un futuro empleo para cuando caigan los mencheviques y la clase obrera o su vanguardia con blahniks tome el poder. Lo que me preocupa es lo que vaya a hacer hasta entonces Redondo Bakaikoa. Temo que, si no se pone a buscar pronto un apañito en lo que sea, fuera de la alta política (como profe de ikastola por ejemplo), termine en la mendicidad. Y eso, en determinadas ciudades vascas, es peligroso. Como reza la copla, «dale limosna, Marichu,/que yo le daré una h….a,/ por venirnos a ensusiar/la bellesa de Donostia».
Si en su entrevista con Évole se le notaba ya demasiado a Redondo lo menesteroso, el miércoles, con Susana Griso, se metamorfoseó en el pollito negro Calimero, aquel dibu italiano de los setenta, que, apenas salido del huevo y todavía con media cáscara en la cabeza, expulsado del corral a causa de su color por sus padres, la gallina Cesira y el gallo Gallettoni, se pasaba todo el día gimoteando «no es justo», «nadie me quiere», «Carmen Calvo me miente» (por cierto, ¿era Carmen Calvo o Priscilla?). En fin, pobre Calimero, nunca llegó a nada.