Pompa

ENRIC GONZÁLEZ – EL MUNDO – 26/12/15

· A los ingleses, aunque no a todos los británicos, les va la pompa. Habrá excepciones, pero la mayoría sienten orgullo ante el tamaño descomunal del castillo de Windsor, ante la carísima fealdad del palacio de Buckingham y ante ceremonias militares como el Trooping the Colour.

No es extraño que su himno extraoficial, el que sonó en la coronación de Eduardo VII, se llame Pompa y circunstancia. También los franceses, pese a su devoción por la República, sienten debilidad por los fastos: grandeur obliga. Yo creo que en España, en cambio, se tiende a preferir una cierta modestia en los ropajes del Estado. Por la sociedad española corre una vigorosa corriente igualitarista. Quizá porque somos envidiosos. Ignoro la causa, pero el igualitarismo está ahí.

A mí me pareció un error que Felipe VI plantara el sillón en medio del inmenso Salón del Trono, la estancia más lujosa del Palacio Real o de Oriente, y leyera desde allí su discurso. Por lo visto, pensó que el momento político exigía solemnidad. Opino, por el contrario, que lo que requiere el momento es sensatez, prudencia y un cierto ambiente de normalidad en la institución que, pese a la irrelevancia práctica de sus funciones, ocupa la cúspide del andamiaje constitucional español.

Conviene recordar que somos, en conjunto, bastante tibios ante la monarquía, y que un sector sustancial de la ciudadanía se opone a ella. En último extremo, la monarquía sobrevive por razones pragmáticas y contingentes: nuestra desconfianza ante ella acaba resultando menor que nuestra desconfianza respecto a los políticos que se disputarían la presidencia de la República. ¿No habíamos quedado en que la española era una monarquía republicana? La ostentación y los resabios imperiales sobran en un país que apenas lleva unas décadas recuperándose de una larga decadencia oprobiosa. Sobran especialmente cuando muchos españoles sufren circunstancias dificilísimas.

Felipe de Borbón pareció ser consciente de todo esto incluso antes de ser coronado. Ha tratado de ser un rey modesto y discreto, al menos en cuanto a la imagen, que es lo que importa en los cargos ceremoniales. Sabemos lo que hay detrás, no hace falta que nos lo exhiban. Sus discursos televisados quedan mejor en un ambiente doméstico. La pompa del jueves fue un error.

En cuanto al texto, fue correcto. Felipe VI dijo lo que podía decir. Cuanto menos relevante sea lo que dice el rey, mejor.