LUIS VENTOSO-EL DEBATE
  • Artistas del doble juego, se lucran con las audiencias de una España a la que luego dañan haciendo el caldo gordo a los separatistas de la manera más servil
Ariesgo de ser un poco plasta, habrá que repetirlo: el mayor problema de España es el separatismo, por la evidente razón de que es el único que puede acabar con ella.
Si eres un ciudadano español, caben dos opciones ante esa amenaza: 1.- Estar con España. 2.- Situarse contra ella y apoyar a sus enemigos independentistas, que aspiran a romperla para crear sus nuevos y pequeños países.
Pero como somos un pueblo original, existe además una tercera vía. Inventándonos sendos neologismos en vasco y en catalán, podríamos hablar de los «aprovechateguis» y los «picarots». Utilizan a España para chupar del bote, pero simultáneamente dan cuartelillo a las maquinaciones nacionalistas contra ella. Son personajes que aspiran a soplar y sorber al tiempo (y con frecuencia lo consiguen).
Brillante ejemplo de perfectos «picarots» son los afamados periodistas y presentadores Jordi Évole Requena, perpetuo juvenil de 49 tacos, y Andreu Buenafuente Moreno, humorista tardo adolescente de 59 abriles. Jordi es hijo de madre granadina y padre nacido en un pueblo de Cáceres. Andreu tiene madre murciana y abuelo paterno almeriense. Ambos se han llenado el bolsillo gracias al público de toda España. Ambos han trabajado en cadenas de ámbito estatal, el cómico incluso en un canal propiedad de Telefónica. Pero ambos se dedican a hacerle el caldo gordo al separatismo catalán de la manera más pánfila y perniciosa. Se venden como «progresistas» y al tiempo masajean al retrógrado separatismo catalán, un movimiento de ribetes xenófobos. Imaginamos que en parte actúan así por simple cobardía, por temor a que la incansable presión nacionalista los señale como malos catalanes.
¿Pruebas? Este lunes, el jovial Évole y el dicharachero Buenafuente participaron en una protesta en Barcelona para señalar a los jueces que llevan las causas contra los separatistas que dañaron en su día gravemente el orden público. Ambos firmaron un manifiesto que esgrime grandes topicazos del absurdo político, como la famosa «desjudicialización» (una notoria burrada conceptual, pues supondría aparcar las leyes para dejar que imperen los designios arbitrarios del mandatario de turno, es decir, el autoritarismo).
La protesta a la que se sumaron Évole y Buenafuente contó con la participación de ANC y Òmnium, que jugaron un papel clave para espolear el golpe sedicioso de 2017. El lema rezaba así: «Protestar no es terrorismo». Hasta ahí, todos de acuerdo. Pero si la protesta consiste en asaltar a la brava el segundo mayor aeropuerto de España, la estación del AVE, cortar con barricadas de fuego autopistas medulares, enfrentarse violentamente con la policía, saquear comercios y hacer quemas en las avenidas de Barcelona durante una semana… entonces a lo mejor a esa protesta sí le casa la calificación de terrorismo (término que se define como el uso de la violencia por un móvil político). Además, en un Estado de derecho esa decisión corresponde a los jueces, no a lo que dicten los particulares sentimientos de Évole, Buenafuente y compañía.
El manifiesto rubricado por los risueños Évole y Buenafuente acusa y acosa a los jueces españoles que están cumpliendo con su deber. Les reprocha que muestran «una clara intención de desgastar al Gobierno estatal y a la mayoría parlamentaria en la tramitación de la ley de amnistía». Évole y Buenafuente se ponen así al servicio de los separatistas de Junts, ERC y Tsunami, que en nombre de un prejuicio identitario de corte supremacista tienen como meta declarada cepillarse el maravilloso país que hemos construido durante siglos entre todos.
Un consejo no solicitado para todos los que quieren bien a España: si aparecen Évole o Buenafuente, cambien de canal, o directamente apaguen. O por expresarlo con un latinajo: «Roma traditoribus non praemiat».
Tienen todo su derecho a pensar como quieran. Por supuesto. Y nosotros a no verlos.