Alberto Ayala-El Correo
Me cuesta recordar una campaña electoral en Euskadi que mereciera un menor aprecio ciudadano que la actual. Y no son nimiedades las que están en juego el 21-A. Casi todas las cosas que marcan nuestra vida diaria las decidirá el Parlamento que elijamos. Que, a su vez, designará al nuevo sustituto de Iñigo Urkullu, prejubilado a su pesar por su partido, el PNV.
Una campaña sin estridencias y en la que se está hablando de ‘las cosas de comer’: la sanidad, la vivienda, educación y la inseguridad ciudadana. Sobre la mesa algunas promesas concretas pero también inconcreciones. ¿De dónde pretenden sacar médicos para mejorar Osakidetza? ¿Están pensando en incrementar sustancialmente salarios para evitar que siga la fuga de jóvenes licenciados a otros países que pagan mejor y ofrecen otras mejoras? Espero respuestas.
Esta semana hemos despedido al lehendakari José Antonio Ardanza. El hombre con el que el PNV se la jugó tras la ruptura con Garaikoetxea que dio origen a EA, sigla hoy fagocitada por EH Bildu. Un lehendakari que aprendió por necesidad que Euskadi debe construirse entre diferentes. El que inauguró el ciclo de los gobiernos de coalición -tras fracasar el intento por conformar un tripartito PSE-EA-EE por los maximalismos de Garaikoetxea-. Y el impulsor del Pacto de Ajuria Enea que aisló políticamente a Batasuna y supuso el primer peldaño en el camino hacia el final de ETA.
El pragmatismo que impregnó el mandato de Ardanza es el que exhiben estos días los candidatos. Por supuesto, el peneuvista Pradales. Pero también el de la izquierda abertzale, Pello Otxandiano, todo un ortodoxo del núcleo duro de Arnaldo Otegi y Arkaitz Rodríguez, líder de Sortu. Él fue, claro, el elegido para desfilar por la capilla ardiente de Ardanza. No Otegi. Ese momento, se ve, aún no toca.
De forma casi simultánea, el CIS de Tezanos alentaba el ‘sorpasso’ de la izquierda abertzale al PNV tras devorar todo lo que hay a la izquierda del PSE. Y Rodríguez, no Otxandiano, abandonaba por un momento las cosas de comer para anunciar que toca aprovechar la ventana de oportunidad que creen significa un Sánchez en minoría en Madrid y el Parlamento mayoritariamente abertzale que previsiblemente saldrá del 21-A -75% nacionalista-, si no hay movimientos de última hora. En consecuencia, en tres meses desempolvarán las bases soberanistas pactadas con el PNV en 2018 -derecho a decidir, consulta habilitante y distinción entre vascos-, bases que los jeltzales guardaron para no romper con el PSE, para que el Parlamento las apruebe en un año.
Todo apunta a una reedición del pacto PNV-PSE. ¿Aunque gane EH Bildu? Incluso. No pactar supone ir a la oposición con lo que ello implica. El PSE insiste en que Ortuzar no ha descartado, si se da tal supuesto, que el PNV haga como en Gipuzkoa en 2011: dejar gobernar en minoría a EH Bildu. Improbable.
Eso sí, el PNV también quiere aprovechar la ventana de oportunidad que supone la debilidad de Sánchez. Los jeltzales siempre dicen que el suyo es un tren que camina hacia el objetivo soberanista. Todo lo que sea recorrer kilómetros y alcanzar nuevas estaciones les va bien. Veremos en qué se traduce.