Tonia Etxarri-El Correo
Si Pedro Sánchez hubiera hablado con la oposición, los empresarios y los presidentes de las comunidades autónomas, ahora se habría ahorrado tener que recurrir a una interpretación ‘in extremis’ de una normativa rígida que empezó paralizando toda actividad económica y que tuvo que flexibilizar la vicepresidenta tercera, Nadia Calviño, poniendo parches para dar un respiro a la industria esencial. Por ejemplo, en Euskadi. El Gabinete de La Moncloa sigue yendo a remolque de los acontecimientos pero si Pedro dejara a un lado su soberbia mientras reclama la humildad ajena y no estuviera tan condicionado por Pablo (tan proclive a amputar el mundo productivo premiando a los que trabajan y criminalizando a los que dan trabajo) estaríamos ya en una fase más avanzada en la lucha (¿conjunta?) contra la pandemia vírica.
Las medidas de protección a los sectores más vulnerables suenan bien, pero, como diría Josep Plá, «¿todo esto quién lo paga?». El escritor y periodista catalán dejó otras sentencias escritas menos conocidas como ésta: «El derecho del obrero no puede ser nunca el odio al capital». Le vendrían bien estas reflexiones a Pablo Iglesias, a quien la ansiedad por ocupar el centro del escenario le está llevando a romper continuamente su cuarentena, sin desaprovechar la oportunidad de promover políticas que dan la espalda a los mercados.
En el Gobierno «de una sola palabra» coexisten las dos corrientes. Ese pulso constante en el socialcomunismo explica tantos bandazos de Pedro Sánchez, que, en plena crisis humanitaria, se blinda para no tener que pactar con nadie más que con los que le dan la razón.
La oposición, los empresarios y los presidentes de las comunidades autónomas se apuntaron, inicialmente, al mantra de ‘remar juntos’ porque la situación de emergencia lo requería. Lo sigue requiriendo. Por responsabilidad. Pero la precipitación, la opacidad y la unilateralidad de Sánchez han provocado los últimos desmarques. El PNV olfatea la catástrofe. Y no quiere convertirse en cómplice de tanto error acumulado. ¿Puede aguantar este Gobierno toda la legislatura? Sánchez se está quedando solo. En compañía de Pablo, cuya presencia ahuyenta a las inversiones. Deberían ser tiempos de acuerdos transversales. Un líder con sentido de Estado estaría intentando fortalecer el país con un Gobierno de concentración. Pero no estamos en los tiempos de los Pactos de La Moncloa. Sánchez no es Suárez. Ni González. Este presidente está desbordado y ha reaccionado enrocándose. Dialoga mucho. Pero consigo mismo. No responde a la Prensa incómoda. Debería hablar con todos. Sin vetos. Sin censura. Sin intermediarios. Sin Prensa libre no hay democracia.