MANUEL MONTERO-EL CORREO
- Los regímenes democráticos se tambalean no cuando los acosan desde fuera, sino por la dejación de quienes deben defenderlos
Aviso para navegantes: vivimos un «proceso de convivencia», esa es la clave. Nos lo anuncia la dirección de la izquierda abertzale. Asegura que la política penitenciaria «estorba en el proceso de convivencia en Euskadi». El concepto viene de atrás. El año pasado Arnaldo Otegi aseguraba que quienes critican los ‘ongi etorris’ -los recibimientos multitudinarios que glorifican a terroristas cuando salen de la cárcel- «son quienes tratan de obstaculizar el proceso de convivencia». Se infiere que la convivencia es de definición unilateral, a cargo de los salvadores de la patria.
Llevamos «procesados» desde que comenzó este siglo. En la época soberanista vivimos «el proceso», abreviatura de «proceso de paz», que no necesariamente tenía que ver con la paz. El término se convirtió en el mantra preferido de la política vasca. Si en los textos de la época quitas el vocablo «proceso», no se entiende nada (si lo incluyes, tampoco, pues fue polisémico y cada cual lo usaba a su gusto). Además de proceso de paz, hubo proceso de negociación, proceso democrático, proceso de resolución, proceso de reflexión, proceso de liberación nacional, proceso de diálogo y negociación, proceso de soberanía y paz, proceso de normalización, proceso de amnistía…
Cuando vives en un proceso, te sitúas en un universo evanescente: lo importante es el proceso, no la paz.
Básicamente, el concepto consiste en aplicar el término «proceso» a los objetivos programáticos del independentismo. Si llamas a respetar el proceso de autodeterminación, queda sugerido como una tarea colectiva, suprapartidista e incuestionable que se justifica por sí misma. Como un fenómeno social natural.
¿Nunca nos libraremos de vivir algún proceso, de los predefinidos por esta ingeniería política? En realidad, lo normal en la vida, incluyendo la vida social, es vivir procesos de cambio, de transformación (el Diccionario dice «acción de ir hacia delante»). Lo que no es normal es convertir el proceso en un objetivo político.
Vende la apariencia de que la sociedad se mueve en consonancia con las directrices independentistas. Sustituye a la normalidad -la paz, la convivencia, la democracia…- por una suerte de metamorfosis perpetua, una transformación predefinida por los oráculos de la izquierda abertzale. Se sobreentiende que el proceso es un periodo cerrado. Su apertura, cierre, contenido y valoración queda al criterio del independentismo. Faltaría más.
El proceso adquiere así consistencia en sí mismo. Se convierte en una categoría.
Cabría pensar que el térmico «proceso» estaba ya muy desgastado por el sobreuso y por ser una engañifa, pero forma parte de los palabros zombi, muertos que mantienen apariencia de vida sin dejar de estar muertos. Lo copiaron los independentistas catalanes y así les va, en ese lugar etéreo que queda sacralizado como el ‘procès’, una especie de limbo que no es chicha ni limoná, pero que sirve para las arengas y para ir de mártir. Entre nosotros, y con parecidos resultados, el discurso de la izquierda abertzale tiene abierto el de convivencia y el proceso de paz, que en las últimas formulaciones ha de ser «íntegro» e «inclusivo». Cabe imaginar que también transversal para estar a la altura de las novedades oratorias.
Asombra la cantidad de revueltas retóricas y de perífrasis para decir siempre lo mismo -que mientras no hagamos caso al independentismo seguiremos procesados-, aparentando innovar con un aire de responsabilidad. ¿Proceso inclusivo de paz quiere decir algo diferente de proceso de paz? ¿Tiene algo que ver con la paz? ¿Qué es la paz en este discurso? El eufemismo significa la victoria de la izquierda abertzale.
La izquierda abertzale es más de anunciar procesos que de clarificarlos. ¿Qué es convivir en el criterio de Bildu? Por lo que van diciendo, esta convivencia no tiene que ver con la armonía social, sino con el acercamiento de terroristas presos, dentro de una hoja de ruta a diseñar en la que figure «la puesta en libertad de todos los presos de ETA». Según aseguran, este proceso está en manos de Pedro Sánchez. ¿Saltarse la ley y la Justicia es convivir? Por los síntomas, el Gobierno ha aceptado que la política penitenciaria entre en las negociaciones del Presupuesto, algo inconcebible. Luego esta vez avanzamos en el «proceso de convivencia».
Una vez asumida la mayor, lo demás se dará por añadidura. «Proceso de convivencia» significa, en último término, que salgan de la cárcel los terroristas condenados por sus delitos. Quizás también que se admita su glorificación. O, al menos, que se permita. Una convivencia asimétrica.
Asombra que la historia de ETA pueda terminar con semejante vapuleo a la democracia. Los regímenes democráticos se tambalean no cuando los acosan desde fuera, sino por la dejación de quienes deben defenderlos.