ABC -JON JUARISTI
¿Podría la noción de prójimo contribuir al desbloqueo de la política?
QUE los expresidentes González y Rajoy (por orden de edad) se hayan mostrado favorables en el foro de La Toja a un pacto entre sus respectivos partidos para desbloquear la política española no quiere decir más que eso: que a ambos les gusta más el bipartidismo que la fragmentación. Hay que alabarles el gusto. Está claro que con el bipartidismo se vivía mejor que ahora, e incluso mucho mejor que con Franco y contra Franco. Y ello, a pesar de ETA, que hizo lo posible por pudrir la democracia y que, al cabo, lo consiguió. ¿Cuándo se jodió España, Zavalita? España se ha descacharrado siempre que el bipartidismo ha dejado paso a la fragmentación. Es decir, cuando uno de los partidos turnantes (no importa cuál) cede a la tentación de utilizar a los partidos antinacionales para desalojar al prójimo. ¿Y cuáles son los partidos antinacionales? Pues los que quieren romper la nación o los que funcionan como si ya estuviese rota. Por ejemplo, aquellos cuyo presidente proclama no ser español «ni por el forro». Y, ojo, no es yo crea que haya que procesar a Ortúzar por soltar semejante parida, pues las paridas no delinquen, pero habría que excluirlo, a él y a su partido, de la categoría de prójimo, porque el prójimo de uno no son todos los demás seres humanos, sino los próximos, como su nombre indica, o sea, los de la nación propia, aunque sean tus enemigos. Los de nación ajena no son tus prójimos por muy amigos que los consideres. Para arreglar la nación propia no se puede contar con ellos (basta con ver lo que los Estados Unidos, tan amigos nuestros, nos van a hacer con los aranceles). Pero menos aún con aquellos que, aún sin tener una nación propia distinta de la nuestra, no quieren formar parte de esta, como los nacionalistas vascos y catalanes y sus aliados comunistas.
El PSOE del siglo XXI no es como el del felipismo, y la responsabilidad de su deriva hacia los límites de la nación y más allá no es sólo de sus dirigentes, sino también de sus bases, militantes y simples votantes. En rigor, ha sido el efecto inevitable de la «democracia social» no sólo en España, sino en toda Europa. La izquierda europea, como afirma Alain Finkielkraut en una reciente entrevista, ha abandonado la escuela, la nación y la seguridad, confundiendo de paso la igualdad con el igualitarismo. Con una izquierda como la de Sánchez es muy difícil que la derecha pueda llegar a acuerdos de gobierno (incluso olvidando, lo que resulta poco menos que imposible, la terrible falta de sustancia de sus dirigentes, que oscilan entre la necedad y el vacío). Por otra parte, la derecha liberal desconfía cada vez más de la democracia, sospechando que su degradación en demagogia a través de la «democracia social» es ya irreversible, y añorando los tiempos de un liberalismo sin democracia que no conoció (aunque los hubo) y que hoy parecen regresar en los regímenes «iliberales» de la Europa del Este y Rusia, una fórmula que no sólo resulta atractiva a la derecha más extrema.
¿Podría la noción de prójimo contribuir a una hipotética superación del bloqueo? En teoría, sí, pero no parece factible, ni aún cuando recuperara su sentido original y secular, anterior a su uso evangélico. El cual, por otra parte, era intachable. El poeta británico Auden tradujo el imperativo cristiano de amar al prójimo en términos de la obligación nacional de «amar a nuestro mezquino vecino con nuestro mezquino corazón», lo que no significa que haya que irse con él de copas. Por lo menos, no con una frecuencia regular. Pero hoy no sólo la izquierda es anticristiana, y corren malos tiempos para el amor al prójimo y, en consecuencia, para la nación en general.