Miquel Giménez-Vozpópuli
- Malos tiempos para mi generación. Al Ejecutivo le molestamos por tantas cosas que ahora quieren retrasarnos la edad de jubilación
Maquiavelo, que no fue ni mezquino ni servil, advertía acerca del problema entre jóvenes y viejos. Muchas cosas que los primeros encuentran buenas y soportables, los viejos critican por malas e insufribles. Y es que con la experiencia cambia el juicio. Nos quieren los ignorantes hinchados de aire caliente arrinconados en la esquina de la sociedad y nos acusan de no saber marchar con el ritmo de los nuevos tiempos. Como si existiera lo nuevo en un mundo que lo ha visto prácticamente todo. Somos considerados por los papagayos retóricos como unas pesadísimas rémoras, y les producimos inquietud porque somos reos de nuestra experiencia. Terrible delito en un estado de cosas que aspira a la memoria de pez colectiva y a nacer de nuevo cada día para mejor manipular a la masa. Vivimos en una sociedad en la que lo joven, por el mero hecho de serlo, es mejor. Ninguna memoria salvo la que ellos nos dicten. De ahí que seamos incómodos, porque nosotros estábamos donde ellos pretenden cambiar hechos, nombres y fechas. Condenados al estado de gotera en el techo, que diría Bouchet, no les interesa lo que opina la gente mayor. Semos peligrosos, que diría Maki.
A quien, como es mi caso, no ha contado los años más que un cerezo cuenta sus cerezas, la edad se me antoja una mezquina excusa para cometer todo tipo de exageraciones. Los errores de la juventud deben disculparse por atolondrada, inexperta, apasionada, precipitada; los de la vejez, por cansancio, desengaño, obcecación, o miedo. Todo eso pueden envolverlo en papel de diario – ustedes elegirán cuál – y tirarlo a la incineradora de los prejuicios y bastardías mentales. Porque la edad siempre ha sido, dolencias aparte, un estado mental del individuo. Existen jóvenes con el alma decrépita y avejentada por el odio, la envidia y la incapacidad de crear nada que sea nuevo y provechoso; de la misma manera, hay personas de edad avanzada que saben ilusionarse con un poema, con una puesta de sol o con la mirada de la persona amada como si tuvieran quince años. El espíritu no entiende del tiempo que es, Einstein dixit, un concepto ilusorio y falaz.
Ahora quieren que no podamos jubilarnos hasta los sesenta y siete años, lo que equivale a decir que ese estado que hemos estado manteniendo se niega a devolvernos siquiera la miseria en que consiste la pensión de jubilación. Y eso lo plantea un gobierno en el que muchos de sus miembros jamás han hecho nada que no sea vivir de los impuestos de quienes hemos trabajado y cotizado con no pocos esfuerzos toda una vida. Perdonen que me refiera a mí mismo de nuevo, pero llevo en el mundo del trabajo desde que cumplí catorce años y tengo ahora sesenta y dos. Y me dicen los sabios gubernamentales que, o espero a retirarme a los sesenta y siete, o me pagarán menos.
Señores del gobierno, no pienso retirarme ni ahora, ni a los sesenta y siete ni, a poco que pueda, jamás. Quiero que la muerte me llegue sin estar indignado por mis años, aceptando que vejez y sabiduría discurren por el mismo cauce, como escribiera Nietzsche
Es una burla absoluta por parte de quienes se retirarán con pensiones copiosas en calidad de exministros, expresidentes o ex lo que sea, pensiones que jamás cobraremos las personas que nos hemos limitado a desempeñar un trabajo, sin pedir jamás una subvención, un favor o un descuento. Bien está. Quede para ellos la voracidad ansiosa de quien no concibe dejar de mamar del erario público a despecho del resto de sus compatriotas, que ni nada les pedí ni nada he de pedir más que lo que me corresponda. Mientras Dios me dé fuerzas y exista alguien interesado en mis papeles, no he de dejar de trabajar porque, al contrario que ellos, no concibo la vida sin la satisfacción que produce saber que te ganas el pan con tu propio esfuerzo.
Señores del Gobierno, no pienso retirarme ni ahora, ni a los sesenta y siete ni, a poco que pueda, jamás. Quiero que la muerte me llegue sin estar indignado por mis años, aceptando que vejez y sabiduría discurren por el mismo cauce, como escribiera Nietzsche. A fin de cuentas, siempre he aspirado ser un viejo que disfraza al niño que llevo dentro. E incluso sin disfraz, qué carajo.