IGNACIO CAMACHO-ABC

  • El laboratorio semántico de Moncloa prepara un significante positivo, un eufemismo que envuelva la amnistía en celofán político

Cuando un político promete ser generoso quiere decir que va a regalar algo que no es suyo sino nuestro. Por lo general suele tratarse de dinero, el de los impuestos, pero la «generosidad» anunciada por Sánchez es el precio de nuestra dignidad y de nuestros derechos. Los de todos los españoles y muy en concreto los de los catalanes no nacionalistas a quienes los independentistas insurrectos pretendían convertir en extranjeros. Una parte de ellos, la que votó al PSC en julio, tal vez se esté ya arrepintiendo, aunque da igual porque conocían a Sánchez tan bien como el resto y ya no vale llamarse a engaño por sus «cambios de criterio». Tanto si aprueban la amnistía como si no, la decisión está tomada sin ellos y está por ver que en el mismo paquete no vaya incluido un referéndum. Su generosidad merece premio. Al menos, que cuando Puigdemont vuelva a Barcelona les dedique algún detalle de agradecimiento.

Habrá más eufemismos. Benevolencia, grandeza, altruismo, magnanimidad, resolución del conflicto. El laboratorio semántico de La Moncloa tiene amplia experiencia en encontrar términos positivos, palabras que permiten a quien las usa expresar un sentido de superioridad moral y de satisfacción consigo mismo. El lenguaje bonito. Si te defines como progresista te sientes mejor y dejas a los demás en un plano distinto, y a partir de ahí todos tus actos quedan como bendecidos, envueltos en un halo de excelencia, virtud, carisma político. El nombre es arquetipo de la cosa, recuerda Borges citando el diálogo platónico sobre la teoría de los signos, y por tanto la facultad de designar rebasa el ámbito lingüístico para constituirse en un instrumento de poder, de predominio. El privilegio nominativo, la construcción de una hegemonía a partir de la creación de significantes propicios, es la base de los marcos mentales del populismo. Por eso es tan importante para el sanchismo encontrar una perífrasis que edulcore el proyecto de borrar una serie de graves delitos mediante una maniobra de birlibirloque legislativo.

La llamarán Ley de Concordia, o de Reconciliación, o de Reencuentro. Algo similar: enfático, campanudo, altilocuente, hueco. Lo de Punto Final suena a dictaduras sudamericanas de mal recuerdo. «Esa ley de la que usted me habla» es un recurso dialéctico sobado, pobre y feo. Amnistía, que es de lo que se trata, es un concepto demasiado evidente, demasiado directo, y da pie a un debate jurídico que conviene evitar en este momento, aunque así pasará sin ninguna duda al habla del pueblo. Hay que oscurecerlo, cantinflear, envolverlo en un celofán retórico de evasivas, abstracciones y rodeos que sugieran un esfuerzo por la convivencia y el entendimiento. Que parezca lo que sea menos lo que es: una capitulación, un desarme, un desistimiento. El desguace del orden constitucional para alquilar unos años más de permanencia en el Gobierno.